Cuidar la palabra
Uno de los cuatro acuerdos que propone don Miguel Ruiz hace referencia a ser impecable con las palabras. Y creo que tiene toda la razón, pues se nos suele olvidar que la palabra es poderosa, no sólo porque todo lo que decimos y pensamos resulta ser un decreto, sino porque precisamente por ello -y aunque no lo creamos- somos cocreadores del universo a cada instante: “Y dijo Dios: sea la luz; y fue la luz”. Cada uno de nosotros, en una escala proporcional a nuestra condición humana, tenemos el permiso de crear aquello que pronunciamos, para bien o para mal.
Por ello es mejor que esa creatividad natural que todos y cada uno poseemos sea ejercida en beneficio propio y ajeno. Pero ocurre que no siempre somos conscientes de esa capacidad innata de crear y a veces soltamos palabras al azar, como si éste existiera. No, nada se da por casualidad, como tampoco hablar es un acto inocente: siempre hay una intencionalidad, velada o no. Entonces tenemos dos opciones, o nos hacemos conscientes de lo que decimos o nos hacemos los desentendidos; en ambos casos, siempre hay consecuencias.
La segunda alternativa es la más cómoda, y generalmente termina en disculpas o argumentos superficiales, como ‘no fue mi intención’, ‘yo no me di cuenta’ o ‘es que yo hablo así’; o en una ignorancia total sobre aquello que se dijo, sin el mínimo interés de averiguarlo.
Como en la comodidad no hay aprendizaje, las palabras y actitudes necias se repiten una y otra vez. Sí, también actitudes, que hacen parte del lenguaje humano, y sobre las cuales igualmente podemos estar inconscientes o ser amnésicos.
Hacerse consciente de lo que se dice es más difícil, pues implica una tarea de introspección, para hacerse cargo de lo expresado y, si es del caso, reconocer el error y enmendarlo. ¿Quién no se ha equivocado con la palabra? No conozco a la primera persona exenta de errores, pero sí a muchas que no los asumen. Ahí está el reto, ahí está el aprendizaje: en reconocer que en nuestra humanidad erramos, pues es parte del proceso natural del aprender. Y para ello es necesaria la humildad, que antes de envilecer al ser humano lo enaltece.
Hoy podemos optar por hacernos conscientes de nuestras palabras. Hoy podemos reconocer las fallas y corregirlas. Posiblemente haya alguna persona a quien debamos una disculpa; o incluso esta sea para nosotros mismos por vivir una realidad que no queremos, pero que hemos decretado con la palabra. Hoy podemos transformar nuestras vidas para bien, si nos percatamos de lo que decimos y de cómo lo decimos. Hoy podemos cuidar la palabra, a nosotros y a los otros.
@edoxvargas