Nuestra luz interior
En Navidad celebramos la fiesta de la luz. De hecho, no es una celebración cristiana, sino que data de muchísimo antes del tiempo de Jesús, y que por aquellos sincretismos -necesarios e inevitables- que se dan en todas las culturas, terminó festejando el nacimiento de Cristo, hermano mayor y maestro.
Solemos pedir luz en momentos difíciles, ser auxiliados por la Divinidad en el tránsito de la vida. Y nos enfocamos en esa Luz mayor, proveniente de la Consciencia Divina, fuente y centro de todo lo creado, y tal vez dejamos de lado el reconocimiento que también somos luz, y que esta habita en nuestro interior.
Hoy quiero centrarme en esa luz interior, en esa llama que tiene usted y que tengo yo, simplemente por el gran amor de Dios, y que por andar más pendientes del afuera que del adentro dejamos de ver. A veces la Navidad se convierte en una fiesta vana, más centrada en los alumbrados de las ciudades y en el intercambio de regalos, que en una celebración de nuestra propia luz interior, reflejo de la Luz mayor. Y no es que no sea hermoso contemplar árboles de Navidad, que adornan nuestras casas, parques y plazas, con colores que nos recuerdan la belleza de la vida, o que deje de ser lindo dar y recibir presentes, como muestras de amor. Todo ello es bonito y exterior. Pero hay mucho más.
Podríamos aprovechar este tiempo para reflexionar en nuestra luz interior, esa que aunque no veamos todo el tiempo permanece encendida, esa que se aloja en nuestro corazón, como un recordatorio de que tenemos el mismo Padre, la misma Madre, y que somos compañeros de viaje. Esa luz que si reconociésemos más a menudo nos permitiría tener más consciencia del presente, de la senda que vamos caminando, de cómo somos luz para otros. Tal vez estemos acostumbrados a regalar cosas físicas, bonitas y necesarias; también podríamos empeñarnos en compartir la llama interior con más consciencia y mayor frecuencia, para que esas manifestaciones físicas del amor tengan un soporte esencial.
Para empezar, podríamos regalarnos esa luz a nosotros mismos, desde algunas preguntas básicas: ¿qué áreas de mi vida necesitan más luz? ¿Cómo sigo alumbrando mi propio camino? ¿Cómo hago para que mi llama interior crezca un poquito cada día? Al responderlas, celebramos nuestra propia Navidad, tenemos un renacimiento, no solamente espiritual, sino también emocional y físico. Nacer en la luz, continuar en ella, es un ejercicio que podemos hacer en todo tiempo, desde nuestra cotidianidad, con nuestros seres queridos, en nuestras comunidades. Lo que celebraremos mañana, es un recorderis, no sólo de esa llama interna, sino de nuestro deber de compartirla, con amor y gratitud.
@edoxvargas