EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Julio de 2012

Fácil, ¿y gratis?

A veces los grandes avances de la tecnología, que efectivamente nos hacen la vida más amable, pueden generar ciertas parálisis, que en últimas atentan contra nuestro bienestar integral. El control remoto es uno de ellos, que en principio es una maravilla, pero que a la larga nos hace menos dispuestos al movimiento. Cuando yo era pequeño para cambiar a los tres canales existentes en la época era preciso levantarse de la silla e ir hasta el televisor, donde una enorme y dura rueda hacía que se cambiase del Siete al Nueve, con su sonido clic característico. Y al poco tiempo llego la magia del control remoto inalámbrico, desde el que hoy se pueden escoger múltiples opciones: los cientos de canales de televisión, los otros centenares de radio, a video, a DVD, etc. Pero los controles inundaron los mercados de cuanto aparato existe, desde el aire acondicionado hasta un equipo de auto de un carro o un computador portátil. 

No creo que todo tiempo pasado haya sido necesariamente mejor que los tiempos que corren.  Sin embargo, cuando había que levantarse de la silla, incomodarse un poco y actuar una decisión, los seres humanos nos movíamos. Ahora la tendencia es al sedentarismo, no sólo en lo físico, sino también en lo emocional. Estamos inundados de publicidad en la que nos ofrecen todo tipo de cosas, fácil, rápido, gratis. ¿Será eso verdaderamente lo que necesitamos? ¿Será que de eso, en apariencia tan bueno, dan tanto? Nos acostumbramos, más las nuevas generaciones, a que no es preciso hacer esfuerzos, que eso no vale la pena, pues existen vías más fáciles, rápidas y gratuitas para satisfacer los deseos. Estamos en la cultura de la inmediatez, y todo aquello que demora un poco más de lo que queremos nos puede sacar de quicio, como una fila en un banco o en un semáforo.

Las cosas más importantes de la vida, al menos las que yo considero así, no se nos dan ni fácil, ni rápido ni gratuitamente: estar en paz con nuestros seres queridos implica realizar esfuerzos amorosos, concesiones; estar en paz con nosotros mismos, en nuestro interior, también conlleva costos. Perdonar no es tan sencillo, como tampoco lo es honrar al otro; ni sanar nuestras emociones ni aprender de los errores es automático. No se descargan el perdón ni el amor de la Internet. Esos hay que construirlos, ganarlos, protegerlos. Pero, ¿estamos dispuestos a asumir los costos? En muchas ocasiones no.  Preferimos lo fácil, rápido y gratis, que es echar tierra a lo que nos duele, lo que nos incomoda, y nos perdemos la maravillosa oportunidad de aprender en la vida y para la vida. ¿Valdrá la pena esforzarse y cambiar, moviéndonos?