EDUARDO VARGAS MONTENEGRO | El Nuevo Siglo
Domingo, 14 de Septiembre de 2014

Honrar, agradecer, soltar

Los  seres humanos en nuestras opciones, intereses y anhelos nos encontramos con personas afines y construimos relaciones. Es así como comienzan las amistades, en cualquier momento de la vida. Las relaciones de amigos crecen, se fortalecen, dan frutos y, como todo, también terminan, pues en esta existencia temporal nada es eterno aunque muchas veces desde nuestros apegos lo deseemos. Nos encontramos y nos desencontramos pues ese es el juego de la vida, de expansión y contracción, como el universo entero.

Es un tema de sintonizarse en la misma frecuencia: vibramos por resonancia cuando nos juntamos alrededor de intereses comunes y caminamos de la mano los trayectos de la vida que correspondan. Y de la misma manera que aparece la sintonía puede desaparecer.

No creo que los amigos sean necesariamente para toda la vida. Hay muchos casos en que sí, en que lo único que termina una relación de amistad es la muerte y continuamos con esa persona en nuestro corazón, imaginando qué hubiésemos podido hacer ahora, anhelando compartir nuevos momentos y espacios, albergando nostalgias. También hay casos en que al cambiar la frecuencia ya no nos encontramos, lo cual no es ni bueno ni malo: simplemente es.

¿Quiere eso decir que la amistad no fue recíproca ni sincera, que no fuimos amigos verdaderos?  No lo creo. Por el contrario, creo que en eso consiste amar en libertad, en darle el permiso a la otra persona -y en dárnoslo a nosotros mismos- de cambiar las apuestas vitales, de modificar nuestras rutas y destinos.

En las relaciones nos acompañamos el tiempo que nos corresponda, ni más ni menos. Hay relaciones de amistad que se van enfriando casi imperceptiblemente, que se diluyen en el marasmo del tiempo o en la neblina de la distancia. Así nos alejemos, nos llevamos en algún rincón del corazón, que vuelve a palpitar fuertemente con un encuentro furtivo, sin que necesariamente volvamos a acompañarnos con la misma intensidad de antes.

Hay otras relaciones que se acaban de tajo, con el dolor que implica el cercenarse un miembro, con la desilusión del desencuentro. Creo que tampoco está bien ni mal, simplemente sucede. Pudimos ser muy cercanos, compartir cosas como con nadie y terminar rotos como cuando se cae un florero. ¿Quiere decir ello que el florero no fue bello, verdadero o que no cumplió su cometido? Por supuesto que no. Simplemente el florero se rompió. Si fue muy querido y se puede restaurar, valdrá la pena hacerlo. Si fue muy querido, pero los pedazos son mínimos, lo más sano será agradecer y soltar. Hay relaciones que se rompen; y se puede seguir honrado a esa persona, como la amiga que fue, con respeto y gratitud.

@edoxvargas