ESENCIA
Pasiones contra la paz II
LAS pasiones en contra de la paz no son patrimonio exclusivo de sectores de la clase dirigente del país. También las tenemos los ciudadanos de a pie, y no es extraño tenerlas, pues son esas emociones locas las que generalmente nos mueven. Si bien el ego es el guardián de la esencia, y fue imprescindible para la construcción de la individualidad durante la primera infancia, fue haciéndose un lastre cada vez más estorboso a medida que fuimos creciendo. Si no lo atestiguamos nos convertimos en prisioneros del ego, de esas pasiones dominantes y esas distorsiones cognitivas que lo conforman, como afirma mi maestro Claudio Naranjo. Vivimos inmersos en esas pasiones y distorsiones, son ellas las que nos hacen la vida de cuadritos y nos mantienen dando vueltas alrededor de lo que no nos sirve. Son las que hacen que aunque todos, en teoría, anhelemos la paz, encontremos los obstáculos más justificados para no alcanzarla.
No creo que la paz tenga dueño, aunque sí tiene apellidos. Son los de los millones de ciudadanos que han sufrido los rigores del conflicto armado: solo por mencionar un dato, se calcula que una sexta parte de la población colombiana ha sido víctima de desplazamiento forzado. Sí, en casi siete millones y medio de personas hay muchos apellidos. Necesitamos la paz de los Lucumí, los Martínez, los Rojas, los Uyabán… Es imprescindible construir la paz, que en particular hace tanta falta a los indígenas, los afrodescendientes y las mujeres, sin desconocer a las otras poblaciones afectadas. Son muy pocos los colombianos que no tienen una mezcla de afro y nativo americano, con tintes de europeo; los colombianos de todos los grupos étnicos merecemos la paz. Tal vez donde surgen los egos es en la paz que queremos, porque es allí donde se atraviesa el deseo, ese tirano que quiere satisfacerse a costa de lo que sea. En los deseos se entrecruzan nuestras pasiones.
Escucho con mucha frecuencia que “yo sí quiero la paz, pero a mi manera…” Muchos colombianos quieren la paz de sus deseos, fruto de sus pasiones. Lo cierto es que la paz perfecta no existirá, como no ha existido nunca en la historia de la humanidad. Solo podemos apuntarle a la paz posible, la que sea factible construir con lo que hay, que distará bastante de ser ideal. Si nos quedamos en una paz propuesta desde el deber ser pasarán otros sesenta, otros cien años. La paz posible solo se podrá construir si estamos dispuestos a salir de nuestras zonas de confort, en lo cotidiano. Si puedo convivir con alguien que se reinsertó, si soy capaz de quitarle el rótulo, si lo puedo ver sencillamente como un ser humano, con errores y defectos, como yo. Es preciso superar muchos dolores, lo cual no es tarea fácil; son ellos los que están debajo de los miedos y las rabias que sentimos como herencia de la guerra. Pero si cada quien no es capaz de trabajar esas pasiones básicas, en lo individual, no encontrará paz ni en Islandia.
@edoxvargas