Eduardo Vargas M. PhD | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Mayo de 2016

ESENCIA

Adiós a la guerra

 

 

 

AUNQUE  muchos se oponen a ello, pues la guerra les genera dividendos políticos y económicos, muchas más personas pronunciamos estas palabras con esperanza y también con sentido de realidad.  Terminar una guerra no es tarea fácil, más aún cuando ella no solamente se remonta a las luchas campesinas por la tierra a mediados del siglo pasado, sino también a la Guerra de los Mil Días -herencia de las disputas no resueltas en la centuria anterior-, llegando hasta los centralistas, los federalistas y, anteriormente, a las disputas entre los seguidores de Bolívar y Santander, solo por hacer un recuento escueto de la era republicana.  Atrás están las guerras de la independencia y las de la conquista.

 

Este territorio está marcado históricamente por contiendas que han dejado huellas de dolor y sangre.  Sí, también han ocurrido en todo el mundo, como registro de una humanidad apasionada, la cual no encuentra límites a sus ansias de poder y riqueza.  Pero es en esta esquina de Suramérica donde aún vivimos en guerra, en los campos y las ciudades, sin ser capaces como individuos y sociedad de terminar las batallas. En ello hay muchos sentidos vitales, que todavía nos faltan por descubrir, integrar y trascender.

 

La Universidad Distrital y el Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico llevaron a cabo la semana pasada el encuentro Adiós a la guerra. Sentido de vida, memoria y paz. Conversaciones pedagógicas desde la diferencia.  Allí se dieron cita experiencias educativas en torno a la construcción de propuestas pedagógicas orientadas a fortalecer el tejido social después de la guerra.  La experiencia de Guatemala tuvo un protagonismo especial, pues, a años de firmados los acuerdos de paz, todavía son muchos los retos en esa república centroamericana y numerosos los aprendizajes que podemos tener de ellos.  Además de las cuestiones relacionadas con justicia transicional, verdad, reparación y reconocimiento tanto de las víctimas como de los hechos  -asunto en el cual la historia oficial se sigue oponiendo con la negación de lo sucedido, motivo de mayor polarización hoy que ayer-, hay unos temas pedagógicos transversales a todo el proceso: el papel de las escuelas en la recuperación de las memorias, la construcción de nuevos modelos pedagógicos para la paz, la convivencia desde la diferencia y la valoración de lo ocurrido a los pueblos indígenas, más del 60% de los habitantes, con sus 28 lenguas propias, aunque la oficial sea el español, hablada por una minoría.

 

Hubo también propuestas interesantes y pertinentes desarrolladas en Putumayo, Cundinamarca y otros departamentos en los cuales las múltiples violencias han dejado y aún dejan secuelas. La educación es protagonista para la paz y la consolidación del posacuerdo.  Pero, en Guatemala y Colombia, quedan asuntos pendientes en relación con aprendizajes vitales que apelan al reconocimiento de la consciencia: los derivados de las huellas de la guerra en el cuerpo de cada víctima, ese primer territorio que encapsula sus dolores por heridas, violación y mutilación. Será clave elaborarlos, para decir adiós a la guerra y crear nuevos escenarios de reconciliación. ¿Podremos?.

@edoxvargas