ESENCIA
Ciclos e impermanencia
LO único permanente en la existencia es la impermanencia. La vida, en todas sus manifestaciones, sigue ciclos, desde lo micro hasta lo macro. A los períodos planetarios de congelamiento han seguido los de deshielo; tal vez nos cueste trabajo creer que habrá nuevos espacios de congelamiento cuando estamos en plena crisis de calentamiento global, pero la vida de la Tierra es demasiado larga como para visualizarla por completo; sin embargo, cada vez es más claras la sucesión de eras que van y vienen, como la moda. Los imperios también tienen eras: cayeron los imperios romano y otomano, algo inconcebible cuando estaban en pleno esplendor. Las dinastías chinas se subsiguieron una a una; los árabes llegaron a la península ibérica y la dominaron durante ocho siglos, fueron expulsados y hoy están regresando a Europa, en esa danza que sigue la melodía del tiempo. Vivimos ciclos económicos mundiales de abundancia y de escasez, dependiendo de los precios de los commodities, del petróleo, que suben y bajan como un yoyo. Todo llega y todo pasa. Como dice el libro del Eclesiastés: todo tiene su tiempo. Y son múltiples las variables que hacen que las eras cambien.
No siempre estamos preparados para los cambios, que nos sorprenden en la cotidianidad. No podemos a ciencia cierta prever desastres naturales. Por ejemplo, los terremotos irrumpen y sus advertencias geológicas, que los animales pueden identificar con alguna antelación, aún son difíciles de reconocer para nosotros, a pesar de los esfuerzos en el desarrollo de herramientas tecnológicas e inversiones multimillonarias. Podemos construir siguiendo los códigos de sismo-resistencia, trabajar en refuerzos estructurales de las edificaciones, pero no podemos predecir el instante exacto del sismo, que emerge en medio de la incertidumbre. Con él, se cierran ciclos: muchas personas mueren, iniciando así otro período existencial; otras se quedan sin nada, lo que las obliga a replantear su proyecto de vida, identificar sus emociones, sanar sus dolores, utilizar sus fortalezas; se derrumba la infraestructura, cambia la fisonomía de las ciudades, se altera la geografía. Y la vida sigue.
Hay también terremotos emocionales, en los que nos derrumbamos, nos desconocemos, actuamos en forma incongruente. Tampoco podemos establecer el momento preciso de esos movimientos telúricos del alma, aunque podamos identificar señales de su próxima emergencia. A veces somos listos y las captamos, a veces torpes y solo nos asombramos ante el derrumbe. Sus consecuencias: lapsos que se cierran, otros que se abren.
Hay otras etapas que se cierran de acuerdo con planes establecidos paso a paso. La demolición de un edificio para dar paso a uno nuevo; muy tristemente, la inundación de un pueblo para construir una represa o la deforestación legalizada para abrir una mina. La historia del mundo está llena de períodos de construcción y de devastación, de guerra y de paz, de alegría de y de tristeza. Más allá de juzgarlas como buenas o malas, lo que corresponde es observarlas, identificar las consecuencias que generarán; si no lo hacemos, como individuos, colectividades, naciones, habremos de asumir las consecuencias y mitigar sus impactos. Con cada acto, cada emoción y cada pensamiento estamos abriendo nuevos ciclos. Entre más conscientes seamos de ello, mejor.
@edoxvargas