El libro de Gustavo Castro Caicedo
“No entenderé jamás ciertos olvidos de Gabo”
Me causó verdadero placer la lectura del libro que escribió Gustavo Castro Caicedo sobre la permanencia de Gabriel García Márquez en Zipaquirá, un capítulo que faltaba narrar para reconstruir episodios de la vida de nuestro Nobel. Y el autor del libro lo hizo con rigor investigativo que lo hace verdaderamente meritorio.
Gustavo me contó (cuando me habló por teléfono hace menos de dos meses), que me había buscado para que le relatara un poco sobre la vida de Gabito en Bogotá, en los años 40, pues supo de la amistad que entonces nos unía. Y accedí a contarle algunas cosas, pero como no soy muy dado a hablar largo por teléfono, me quedé corto en la información sobre lo que recordaba de aquella época. Al leer el libro, en su primera edición, me sentí obligado a complementar la que allí aparecía, y, para dichos efectos, le dirigí una carta que le entregué el día del lanzamiento de su obra en la Universidad Sergio Arboleda, el pasado 21 de enero. Ayer me dijo que había tomado nota de mis apuntes y que aparecerían de manera textual en la segunda edición, pues en menos de un mes la primera se había agotado. Me dijo también que había precisado, en el pie de foto (página 351), en el cual registró el grado de Gabito como bachiller, que las personas que estaban al lado del graduando éramos José Palencia y yo. Palencia era un joven sucreño que tuvo gran ascendencia espiritual en Gabito, pues debo decir que algunas de sus fantasías inspiraron a nuestro Nobel para darle, en su prosa, vuelo eterno, dentro del marco de lo real-maravilloso.
Le ha faltado a Gabito confesar esa influencia (no sé si tenga tiempo para hacerlo), como también que los libros de FaulKner, de Joyce y de Kafka (los autores que mayor impacto intelectual tuvieron en él ) los leyó porque Manuel Domingo Vega, un estudiante de medicina oriundo de Sucre (Sucre) se los puso a leer, como lo hizo también con los integrantes del grupo literario que formamos los estudiantes que vivíamos en la casa-pensión de Ilba Ramírez, en la calle 15 No. 10-96, de Bogotá, donde llegaba Gabito en el tren que lo traía de Zipaquirá, casi todos los sábados.
No entenderé jamás ciertos olvidos de GGM, pues parecería que esos momentos no los hubiese vivido y que no le hubiera reconocido al “doctor Vega “ (así nos referíamos con respeto al mencionado estudiante de medicina), su papel como orientador de sus lecturas y que para nada haya mencionado el grupo literario donde leyó sus primeros cuentos y sus versos piedracielistas) y que no contara que fui yo quien le llevó El Espectador, con destino a Eduardo Zalamea Borda (Ulises) el texto de su primer cuento: La tercera resignación, pues, al escucharlo de su propia voz, consideré que era un logro magistral de su talento y que merecía ser publicado en las páginas literarias del gran diario capitalino
Bueno, hasta aquí parte de los recuerdos que le confié Gustavo Castro Caicedo.