Del pánico mediático y otros males…
Se atribuye al dios Pan, el origen del adjetivo “pánico”, en cuanto su voz causaba ruidos que retumbaban en montes y valles ; ruidos que se reflejaban en miedo grande, temor intenso y pavor irresistible en el ser humano, según el contenido semántico que de la palabra traen los Diccionarios de la Lengua Española y de María Moliner.
De donde habrá que colegir que quien está poseído de pánico es un ser perturbado, sin la aptitud del buen juicio para ejercer responsabilidades ante la sociedad que le puedan servir de guía, o para atribuirle competencias en el sentido de señalar pautas de comportamiento o para otorgarle poderes de legislar o de administrar justicia.
Desde cuando fue inventada la imprenta, el dios Pan tomó forma en el verbo escrito, a través del ejercicio de mil formas de la divulgación de hechos, circunstancias o episodios que unas veces estimulan el fanatismo y las más, la ingenuidad con que todos nacimos pero que se vuelve vulnerable en grado sumo cuando, en la medición de cultura de los pueblos, la ignorancia supera a la sabiduría.
Hoy, el afianzamiento de la estructura de gobierno que se dan los pueblos, depende no tanto de las bondades de los principios y planes que aplican, sino de la divulgación que se haga de ellos; divulgación que se ha vuelto elemento de poder, pero la cual, cuando es ejercida con sentido independiente, en homenaje a la libertad de expresión y de pensamiento, adquiere prestancia y respeto, y, en esas condiciones, se torna indispensable como contralora externa frente a quienes detentan el poder público o privado.
¡Que esa prensa -inspirada en la moral pública- viva para siempre! Y lo decimos de esta tribuna de opinión que aparece desde hace varios años en periódicos que, por fortuna, gozan de prestigio moral y hacen honor, además, a la pluralidad ideológica.
Pero cuando los medios, hablados y escritos, se convierten en alzafuelles de gobiernos y de grupos de presión económicos, -para favorecer al uno o al otro, por efectos del ejercicio torcido de sus deberes-, esa prensa no debe existir, tanto más cuanto hace mella en el pueblo al convertirlo en víctima de la desinformación malintencionada, y, de contera, hace daño grave a nuestra democracia cuando, a través del pánico mediático, puede llegar, incluso, a perturbar la conciencia de legisladores y jueces, llamados a darnos unos buenos códigos y decisiones judiciales impolutas, basados sólo en el ejercicio de la probidad y en la sabiduría de sus convicciones políticas y jurídicas.
P.D. Estas reflexiones de hoy obedecen a que ha trascendido que congresistas, en reformas propuestas por el Gobierno, y altos magistrados, ante decisiones que tienen que ver con los derechos adquiridos, son víctimas del pánico mediático: dispuestos acaso a proceder conforme lo quieren el Gobierno y los Fondos Privados de Pensiones, por esa “razón“.
¡Cuánta pena. ¡Que el verdadero Dios -y no el dios de los ruidos -, nos tenga de la mano! …