TOMANDO NOTA
Recordando a Carlos Pizarro
Con ocasión de la exhumación del cadáver de Carlos Pizarro Leongómez, para precisar aspectos sobre la causa de su muerte, no suficientemente aclarados, vale la pena recordar al líder que se lanzó a la guerra, arropado por sinceros ideales de reivindicación social del pueblo colombiano, en busca de un cambio de las estructuras que habían propiciado la desigualdad entre sus compatriotas, desde tiempos seculares.
Para Pizarro no era suficiente cuestionar ese estado de cosas desde el ámbito universitario, de donde finamente salió expulsado, sino a cielo abierto; y se fue a la guerra con su carga de ideales en procura de luchar por un país mejor, acompañado de un equipo humano como el, de inspiración revolucionaria. Por su perfil de hombre honrado, no mezcló jamás su proyecto revolucionario con el sentimiento torticero del enriquecimiento, el cual, ciertamente llevó, por la vía del narcotráfico, como le dije alguna vez, a corromper la revolución en Colombia.
En verdad tuve especial admiración por Carlos Pizarro Leongómez, quien como el padre Camilo Torres -idealista puro también- merecieron permanecer por mayor tiempo en esta vida. (Al cura Camilo lo conocí en la primera Junta Directiva del Incora, donde yo fungía como vocero de la Cámara de Representantes).
Lástima grande que estos dos personajes hubieran desaparecido tan prontamente, en cuanto habrían contribuido a la recomposición de este país, la cual quiso abrirse camino en la Constituyente de 1991, pero a cuyo gran propósito, el poder dominante de las elites económicas le han venido atravesando palos en la rueda todos los días, con sus privilegios a cuestas y con el asalto al poder mediático que lograron, en actitud falaz que no ha permitido acelerar los procesos de cambio.
De Carlos Pizarro recibí con fecha 26 de agosto de 1988 una de sus generosas cartas, en la cual me pedía que regresara a la Comisión de Convivencia Democrática de Usaquén, de la cual me había retirado, y en cuyo texto expresaba su acuerdo en mis planteamientos, que desde esa época, he venido haciendo “sobre la necesidad de aplicar los tratados internacionales para reglamentar y humanizar la guerra” y por haber “interpretado humanísticamente el artículo 121 de la Constitución”, y criticado “la conducta ahistórica que había asumido mi Partido”, según lo había dicho en carta que dirigí, en ese entonces, a monseñor Castrillón, coordinador de la Comisión de Convivencia Democrática.
Haber expresado el líder del M19, su identificación con mis tesis, con la autoridad de quien precisamente había tenido claras vivencias de los horrores que se derivan de la guerra deshumanizada, me ha servido de aliento para seguir luchando, con el fin de que en nuestro conflicto interno se coloque, como premisa imperativa, el acatamiento a las reglas del DIH.
Que respondan ante la historia quienes, en cambio, prefirieron negociar la paz dentro de la guerra sucia pactada en La Habana.