El lenguaje imperial (I)
Si nos guiamos por el lenguaje oficial podría colegirse que en entre nosotros no rige un régimen propiamente democrático, lo cual, a don Alfredo Vázquez Carrizosa (q.e.p.d ) le hubiera servido para escribir una posdata a su famoso libro La Presidencia imperial, en cuyas páginas nos describiera un régimen de gobierno congestionado de funciones , en cabeza del Presidente de la República.
Escuchar decir, en efecto, por los tiempos que corren, a los hombres del Presidente (ministros y superministros), en sus declaraciones, que “¡el Gobierno no permitirá el cambio de una coma en el proyecto de reforma constitucional en curso!”, o que “impondrá su criterio en relación con el proyecto de crear Tribunal de Aforados”, bastarían para comprender que la facultad que le otorga nuestra Constitución al Gobierno, de presentar iniciativas de ley por conducto de sus ministros , éstos la entienden como de mayor rango o categoría que la que les corresponde a los miembros del Congreso Nacional; así la función fundamental de éste sea la de “hacer las leyes, interpretarlas y reformarlas”, según previsiones del artículo 150 de la Constitución Política de la Nación.
De otra parte, las atribuciones del Gobierno en relación con el Congreso, se extienden a objetar las leyes, con la excepción de las de Actos Reformatorios de la Constitución, como el Honorable Consejo de Estado acaba de observarlo, al declarar la nulidad del decreto que convocó al Congreso a sesiones extraordinarias para que este revisara y desaprobara la llamada “reforma a la justicia”, pero que el máximo Tribunal Contencioso, enterró de mala manera, en nuestro concepto.
Hay que poner de presente, además, que el actual talante del Congreso, sumiso a los úkases de Palacio, ha contribuido al descaecimiento de su imagen, según registros de las encuestas que lo colocan en último lugar ante los ojos de los colombianos.
Tal vez, por eso, un chusco bogotano me contó al oído su iniciativa de poner en marcha la idea de llamar al destronado don Juan Carlos de Borbón para que se instale entre nosotros, como se intentara hace poco más de doscientos años cuando lanudos de nuestra planicie solicitaron a don Fernando VII que viniera a gobernar; y aprovechando que don Juan Carlos anda de cacería con escopeta al hombro, contratos debajo del brazo y casco de obrero, como cualquier Vargas Lleras.
Entendemos que se pone en riesgo el futuro de las reformas -como apunte final a este escrito-, si se continúa manejando el Congreso como una oficina adscrita al Ministerio de Hacienda, pues éste les está imponiendo a los legisladores el criterio avasallador de que toda iniciativa está sometida a la sostenibilidad fiscal, incluso contra la prohibición constitucional de alegar ese pretexto para afectar los derechos sociales de carácter fundamental.
Restituir los fueros, y su independencia funcional, sería una actitud verdaderamente trascendental de este buen Congreso que tenemos.