Crisis de la justicia, y algo más (II)
No es necesario contar el número de expedientes que están represados en los juzgados de Colombia, incluyendo en la lista los miles no fallados que se tramitan en las altas cortes , donde llegan a los siete u ocho años para pasar “al despacho del señor magistrado” pero para hacer cola con otros acumulados; situación que abruma a la Sala y al magistrado postulado para presentar proyectos de fallo. Es vergonzoso, en verdad, que cuando se lee la sentencia final del fallador, muchas veces ésta se ha proferido cuando el demandante ha fallecido sin haber conocido la luz de la justicia de los hombres; sentencias póstumas que deben colocarse como lápidas en los edificios de los palacios judiciales porque es una manera de reconocer que la justicia en Colombia muere de infarto todos los días, así, quienes no lo hayan aplicado oportuna y rectamente, gocen , sin embargo, de buena salud.
Aquel derecho, entonces, de solicitar justicia y de obtener pronta solución -como se proclama en la Constitución- , resulta ser una gran mentira y una realidad creciente, desmoralizadora y desestabilizadora: la de no creer, la de no confiar, y lo peor, la de perderle el respeto a la justicia, porque hasta se ha llegado a que muchas sentencias sean fotocopias de otras, como si el Estado les hubiera aportado resmas de “ formularios minerva “ para fallar pues, como se sabe, los famosos formularios están preconcebidos y sólo hay que llenar los vacíos que el impresor ha dejado
¡Cuánta pena! Porque la nueva práctica se ha tratado de justificar por la congestión judicial (no nos atrevemos a afirmar que la idea haya nacido en el Consejo de la Judicatura, como se pensaría, pero acaso sí haya provenido de uno de los genios del “ derecho viviente” - la entelequia jurídica que permite toda clase de violaciones-, pues para que los jueces de descongestión puedan “cumplir” con sus deberes, según los pragmáticos del nuevo derecho, deben emitir y emitir sentencias a la lata…, sin la ponderación y debido proceso necesarios, en cada caso, y como debe ser.
Con todo, se escucha de los labios de miles de candidatos, de cara a las próximas elecciones, que estamos en el mejor de los mundos. No, señores candidatos al Congreso. No, señores candidatos presidenciales. Sin justicia verdadera estamos en el peor de los mundos. Sin jueces probos, estamos perdidos. No nos sigan prometiendo un nuevo país sin una remodelación estructural de la administración de justicia.
Recrear la confianza y el respeto por ese bien supremo debe ser la gran razón de la campaña electoral. Ojalá los aspirantes a dirigir los destinos del país emulen en cuanto a propuestas para reformar la justicia, y, por supuesto: más allá de los espectáculos de pasarela de ciertos servidores públicos.