La elección de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos y de Kamala Harris como su vicepresidenta, convertida en la primera mujer en acceder a este cargo, no sólo es una buena noticia para los Estados Unidos y sus instituciones, sino para todos los que creemos en el sistema democrático. El sentimiento de alivio que se percibe dentro y fuera de ese país es ostensible, aun cuando la alerta frente a una amenaza que aún no termina también esté presente.
No cabe duda de que las próximas semanas serán intensas y que el actual Presidente no dudará en generar más heridas de las que ya deja su caótico mandato, siguiendo un libreto ideado desde hace tiempo para este escenario de derrota electoral. Su agenda populista entra en una nueva fase para intentar mantenerse a cualquier precio en el poder, o en todo caso para preparar el futuro para él mismo o su hijo en cuatro años.
A pesar de su pretensión de instrumentalizar la justicia para aferrarse al cargo que nunca supo honrar, es totalmente previsible que Donald Trump no logrará demostrar ninguna irregularidad y deberá salir finalmente por la pequeña puerta de atrás de la Casa Blanca. El daño que causarán sus acciones será funcional a su estrategia de debilitar la institucionalidad democrática que no sirve a sus intereses. Así, basta recordar que en su mente sólo son legales los votos que llevan su nombre, o los que se cuentan en tanto sea él quien va ganando. Todo lo demás es fraude de sus contrincantes electorales.
Por supuesto no puede olvidarse que a pesar de mentir enfermizamente, de sus evidentes conflictos de interés, del racismo y la indignidad de muchas de sus actuaciones, pero sobre todo de su desastrosa gestión de la pandemia, obtuvo más de setenta millones de votos, y que semejante respaldo no puede explicarse simplemente atribuyendo eficacia a su estrategia de mentiras y de exacerbación de odios y divisiones. Ya se ha dicho muchas veces con razón que el trumpismo no ha sido sólo la fuente, sino ante todo el síntoma de un profundo malestar en la sociedad al que no se ha podido o no se ha sabido dar respuesta. Ese descontento que amenaza la democracia en Estados Unidos como en el resto del mundo y que ha encontrado en Donald Trump un modelo y un aliado de las voces autoritarias y extremistas que la acechan.
Dura tarea les espera a los nuevos elegidos no solo para intentar unir a un país totalmente fracturado, sino para dar nuevo aliento al ideario democrático puesto fuertemente a prueba durante estos cuatro años de pesadilla. Si no se logra obtener mayoría en el Senado, las acciones necesarias contra el Covid 19 y con mayor razón el resto del programa del nuevo presidente, difícilmente lograrán concretarse sin complejas transacciones, a lo que debe sumarse que el partido republicano tardará en desprenderse de los demonios a los que le vendió su alma y no será la leal contraparte que requerirían los tiempos.
Sólo cabe desear que la experiencia y ponderación del Presidente Biden y el carisma e inteligencia de la Vicepresidenta Harris logren vencer estos obstáculos para el bien de su país y del resto del mundo que espera tener a partir de enero un interlocutor razonable y confiable.
@wzcsg