Antes de que llegara la merecida pero muy tardía expulsión de Venezuela de la OEA, su dictador ordena el retiro inmediato de la misma. Orden perentoria y cumplida como todas las de los regímenes tiránicos. Orden, por supuesto, que se acompañó de la receta socialista: dignidad de los pueblos, no injerencia del imperialismo y sus aliados, libre autodeterminación de las naciones.
Las voces de indignación y protesta no dieron espera. Infinidad de jefes de Estado manifestaron el apoyo a la oposición y hasta el mismo secretario general Almagro calificó el gesto como propio de una dictadura. La ausencia de Colombia ha sido protuberante y desconcertante.
Sin embargo, lo que más me llama la atención es cómo la mayoría de voces -salvo las de las Farc, los Elenos, Piedad Córdoba, Ernesto Samper e Iván Cepeda etc.- aplauden la salida de Venezuela por considerarla un Estado de derecho fallido, antidemocrático y tiránico.
Empero, paradójicamente muchas de esas voces son las que han demandado la autonomía y no intervención frente al régimen castrista en la hermana isla de Cuba. Son quienes durante décadas han sido cómplices de la más pavorosa dictadura del hemisferio y son quienes se han sentido muy a gusto tomándose fotos, aceptando invitaciones de Fidel, pavoneándose en la opulencia del régimen de cara a la pobreza y a la desolación que reina en el último empotramiento del otrora imperio español.
Habermas, Dworkin, Zen, Rowls, Berlin y Paz, entre otros tantos pensadores de la modernidad, han insistido en la necesidad de la coherencia y la sinceridad en el argumento. Sin esos elementos resulta, dicen ellos, imposible construir un debate democrático y menos aún una comunidad política civilizada.
Pero entre nosotros y por estas tierras del Espíritu Santo las cosas son a otro precio. Periodistas, escritores, hombres públicos del arte y de las ciencias, formadores de opinión y hasta empresarios de altos quilates admiran y defienden la dictadura de Castro pero condenan la de su principal y más exitoso discípulo venezolano.
Qué incoherencia, qué desfachatez, que tristeza. Me duele ver esa realidad que nos consume, tan despiadada y cruel que con una mano aplaude el uniforme caribeño y con la otra condena la sudadera tricolor continental.
¿Es que acaso el socialismo es bueno en Cuba cuando prohíbe todas las libertades, fusila a los líderes de oposición, acaba con el sector productivo y la riqueza de sus gentes, destruye una educación competitiva, destroza el aparato de salud y omite la administración de justicia porque el régimen es el que manda y todos los demás obedecen, pero es nocivo en el vecino país quizás porque quienes gobiernan no tienen la icónica pinta de sus maestros cubanos?
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI.
@rpombocajiao