Dirección única del conservatismo | El Nuevo Siglo
Sábado, 26 de Noviembre de 2016

Al momento de escribir estas líneas no se tiene certeza sobre la suerte de la Convención Conservadora pero quizás sea una buena excusa para reflexionar en torno a la situación del Partido.

Sea lo primero insistir, como si la memoria colectiva nos jugase una mala pasada, que los partidos políticos son para la democracia algo parecido al agua para el ser humano: un elemento vital. Fungen como riendas del sistema y son los catalizadores naturales de intereses y cosmovisiones. Sin ellos no nos es dable hablar de democracia representativa y, como lo dice Hanna Arendt, sin ellos se construye una tierra fértil para los totalitarismos.

El Conservatismo, por su lado, tiene la ingrata pero esencial tarea de servir como dique iluminado ante la andanada anarquista y revolucionaria. Es el partido del orden constitucional, de las tradiciones democráticas, de la prevalencia de la civilización ante la barbarie y de la cultura pluralista pues de eso se trata cuando enarbolamos las banderas de las tradiciones y culturas ancestrales.

El orden es tan sólo el medio para alcanzar la libertad y la igualdad de oportunidades por eso es lo más importante. Asume a la cultura del mérito y del esfuerzo como la batería anímica y ética para construir una nación equitativa sin oligarquías y eufemísticos liderazgos políticos.

Nada de eso, empero, representa el Partido actual, simbolizado en dirigencias feudales, incultas y ampliamente conocidas por el apego a sus propios intereses. El valiente David Barguil, joven preparado, bien hablado e intencionado, no ha podido destrabar  el entuerto partidista, pues los Estatutos representan el monumento a la degradación y al mal gobierno lo que hace que la renovación dentro de la organización sea una palabra quimérica de imposible cumplimiento.

Sin renovación, sin líderes aptos y de envergadura nacional, sin capacidad de adaptación, sin el más mínimo apego a la doctrina, sin visión de futuro y con la misma conducta mezquina y vendida, el futuro del partido es ninguno, a no ser porque pasamos de ser el más importante gremio de almas puestas al servicio del pueblo a ser una marginal y corrupta agrupación de inefables desconocidos cuya  función vital reside en servir de marionetas del gobierno de turno.

Urge entonces (como en la antigua Roma) acudir a figuras transitorias y excepcionales como la jefatura única para que sea ella la que enderece el caminado, para que recupere la esperanza, para que encuaderne la institucionalidad y podamos más temprano que tarde, volver a soñar con las mayorías parlamentarias, con las gobernaciones, con las bases edilicias y las diputaciones y con la misma presidencia de la República.

*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI.