Un mal de muchos
Existe una condición humana que aparece como enfermedad crónica en un buen número de personas y es la depresión, mal que está afectando a mucha gente. Esta enfermedad no es nueva, lo contrario ha existido desde que el hombre pisa sobre la Tierra. Se dice que los primeros deprimidos fueron Adán y Eva después de haberse dejado tentar por el demonio y haber cometido el pecado original que ha sido heredado por todos los seres humanos en este mundo. Entrando en materia, la depresión es la incapacidad de una persona en ser feliz, el mundo se le viene encima y no puede disfrutar de todo lo que le ofrece. Su palabra que se desprende del latín depressio que significa opresión, encogimiento, abatimiento y está catalogada como una enfermedad mental, aunque algunos médicos y científicos aseguran que su origen podría ser genético y biológico, otros que puede ser sicosocial.
En todo caso es una enfermedad terrible que se manifiesta en algunos casos a temprana edad, en otros a causa de algún impacto sufrido y en otros más con el correr de los años en que la persona advierte su frustración e incapacidad de reconocer todo lo que ha vivido con sus éxitos y fracasos. Entonces la depresión modifica la vida de muchas personas, las encierra en sí mismas y les impide amar a plenitud. No disfrutan de nada, sienten apatía por la vida, se mantienen tristes y acongojadas y no saben por qué. Se les dificulta mantener una relación afectiva estable, sus amistades son pasajeras, presentan irritación frecuente, lloran sin saber la causa, a veces no disfrutan de ningún ambiente y terminan en muchos casos refugiándose en el alcohol o las drogas. Los depresivos son inestables emocionalmente, en algunos casos explotan desbordando en aparente alegría y caen pronto en profunda tristeza, pierden el sueño o, por lo contrario, duermen mucho.
Estudios en el orden espiritual muestran estadísticamente que la gran mayoría de personas depresivas son poco o nada creyentes. Si cuentan con alguna religión por lo general no la viven, al menos la cumplen pero no hace parte de su vida. Estas personas tienen ausencia de Dios en sus vidas como guía y motivación, eso produce un vacío que lo llena solo con su melancolía. Otro aspecto del depresivo es que es poco deportista y no tienen hobbies que lo lleven a participar activamente en grupos sociales de interés. El deporte estimula las endorfinas y motiva el espíritu, altera positivamente la química del cuerpo y estimula la mente a una disciplina más rigurosa que enciende su ánimo permanente. Es real saber que esta enfermedad es quizá una de las de mayor dificultad por controlar, pero la clave que me atrevo a dar es que la mejor terapia totalmente garantizada es quizás aferrarse al amor a Dios y cobijarlo activamente como parte de su vida, tenerlo como compañero inseparable y así ese mal desaparece y es remplazado por una inmensa alegría permanente que le devuelve el ánimo, la autoestima y el amor a los deprimidos, convirtiéndolos en seres felices y dinámicos.
*Presidente Canal Teleamiga Internacional