¿Periodismo libre?
CUANDO salga esta columna confío en que Salud Hernández y los periodistas de RCN, Diego D'Pablos y Carlos Melo hayan retornado a sus hogares... pero debo precisar que Salud siempre me ha parecido felizmente libre. Libre de los halagos del poder. Sin rodilleras. Armada plenamente de sí misma. Dueña de su vida y de su destino. Libre de la seducción de los violentos y de los gobiernos, libertad de expresión que también caracteriza hoy al canal RCN.
El que ha estado secuestrado o “retenido” durante los últimos años ha sido una parte importante del buen periodismo colombiano, atrapado en un juego de intereses ideológicos que lo han llevado a negar lo evidente frente a los grupos armados y ha silenciado lo que es incómodo al gobierno, como los secuestrados y desaparecidos de las Farc.
Ha prestado sus parlantes para satanizar todo pensamiento que cuestione, interpele o pregunte sobre el cómo del proceso que se lleva a cabo en La Habana. Pregona la tolerancia, pero la ajena. Impone como mandato a las mayorías, el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay, el ateísmo. Justifica lo injustificable, atropella el sentido común y la lógica. Hace eco a la cacería de brujas que busca imponer la máxima "si todos son culpables, las Farc no son culpables". Gobierna, elige, sataniza es pedagogo de audaces teorías y jurisprudencias que lo validan todo. Ha borrado las fronteras entre el bien y el mal.
Hasta los delitos de lesa humanidad han encontrado "justificación" en estos tribunales mediáticos y pobre de aquel que se atreva a disentir. El valor de la palabra se ha vuelto relativo y esta se ha puesto al servicio de la distracción de las mayorías. Por esta razón se promueven acuerdos, proyectos y leyes de cortísima duración, que después caen estrepitosamente, porque ya no se necesitan.
Se aplaude la falta de coherencia ideológica de los personajes públicos. Se les ridiculiza con humor pero, al mismo tiempo, se les entregan todos los auditorios y plataformas para ser escuchados y validados en cada giro de pensamiento. Lo más triste de este espectáculo es que se han apropiado de la palabra paz y la utilizan como arma de guerra, como garrote contra quienes disienten o la conciben de otra manera. Por ejemplo, contra quienes sueñan la paz sin el sometimiento del Estado, desde la perspectiva de las víctimas, pero sin renunciar al pleno reconocimiento de sus derechos. Desde la perspectiva de quienes han permanecido en la periferia del dolor. En esos remotos lugares de la Colombia olvidada en los que se sumerge con valentía Salud Hernández.
Lo paradójico de este panorama, es visualizar el final: un eventual gobierno de las Farc, ¿Le respetaría a ese tipo de periodismo el lugar y preeminencia que estas "mayorías incómodas" le han reconocido con tanta generosidad? La historia ha demostrado lo contrario.
De todos los episodios, por dolorosos que sean, es posible sacar lecciones positivas. La visibilidad nacional e internacional que alcanza hoy la libertad de pensamiento de Salud Hernández y sus constantes denuncias sobre la manipulación del Gobierno y la falta de coherencia de los grupos armados entre sus palabras de paz y sus hechos de guerra, permitirán que sople una saludable ráfaga de Libertad y Verdad sobre el debilitado periodismo colombiano.