Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Febrero de 2015

Algo es algo

 

Las afirmaciones destempladas de una diputada a la Asamblea Nacional de Panamá motivaron una respuesta de la Cancillería colombiana, que no se veía desde hace mucho tiempo. Pasada la sorpresa inicial es preciso poner las cosas en su justa perspectiva, para saber si hay un cambio general en la política exterior o si se trata de una reacción aislada y seguiremos en la misma línea de complacencias, pasando de agache en unos casos y reaccionando solo de cuando en cuando.

Desde luego, a la diputada se le fue la lengua cuando les aplicó a los colombianos unos epítetos que no son de buen recibo ni cuando se tratan temas serios en las corporaciones legislativas, ni cuando se refieren a países amigos, vecinos y ligados por vínculos históricos, de raza y cultura tan estrechos como los que unen a Colombia y Panamá.

Este es apenas otro episodio en la escalada de irrespetos extranjeros, que llueven cada vez más fuertes sobre el país, mientras nuestros gobiernos parecen considerar el silencio ante los maltratos de afuera como la mejor manera de mantener buenas relaciones. Y  es la peor. Cada minuto de silencio se interpreta en el exterior como un signo de debilidad, como la aceptación tácita del menosprecio. Por eso el siguiente caso es peor y la reacción más difícil.

En esta oportunidad no se trata de una declaración del Gobierno panameño, sino de las opiniones exaltadas de una diputada, en una corporación pública que nada tiene que ver con el Ejecutivo. Los improperios que lanza solo la comprometen a ella. El Gobierno de Panamá no tiene nada que ver con los despropósitos que vocifera esta señora, amparada en la libertad que se les reconoce a los miembros de congresos y asambleas legislativas para decir lo que quieran. Mientras no sea una decisión corporativa, lo que diga  no pasa de ser un exabrupto de los que a veces se presentan en esta clase de organismos colegiados.

El Gobierno panameño solo podrá responder que ni son esas sus opiniones, ni lo comprometen, ni puede callar a la                   asambleísta de oratoria desbordada. Y, si acaso, agregará que siente mucho que haya diputadas tan maleducadas, que se desmandan al hablar, creyendo que la demagogia está de moda.

Sin duda la diputada se atreve a decir frases ofensivas alentada por la pasividad gubernamental colombiana frente a    los reiterados ataques contra nuestro país y sus gentes, que lanzan autoridades de Venezuela, encabezadas por el Presidente. Son acusaciones tan graves como las de promover  golpes de Estado, planear magnicidios, desestabilizar la democracia y causar el peor caos económico que haya padecido nuestra república hermana.

Las andanadas de cargos  nos  torpedean mientras al lado de allá de la frontera se  refugian, desde hace años, los guerrilleros colombianos. Pero aquí no se reacciona ante los agravios, aunque sobrepasen de lejos todos los límites.

La falta de respuestas y nuestra tolerancia solo han servido para que cualquier diputada crea que puede insultarnos cuándo, cómo y por lo que se le ocurra, y repetir los improperios pretextando que son disculpas.

Sin embargo, hay algo positivo: al fin hay una protesta, de nuestro Gobierno, aun cuando la presente ante quien no corresponde. Algo es algo.