Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 13 de Febrero de 2015

Entre el escándalo y el olvido

 

El asesinato de los niños en Caquetá no puede seguir la misma suerte de los crímenes atroces que pasan del escándalo al olvido. Comienzan levantando una densa polvareda mediática y terminan convertidos en un expediente mohoso, arrumado en el rincón de cualquier juzgado.

En esta ocasión, lo monstruoso del delito debe servirnos de estímulo para encontrar la manera de aplicar una justicia rápida y severa, con identificación, captura y castigo de los delincuentes, y un claro mensaje para que la sociedad entienda que se acabó la impunidad.

Estamos acostumbrados a mirar desde la barrera el enfrentamiento de los bandidos con sus víctimas. La semana pasada, por ejemplo, vimos en televisión cómo un campanero localiza una señora que habla por celular, sentada al lado de otras dos personas en la banca de un parque. La señala. El cómplice se acerca, desenfunda un revolver, amenaza a la señora y le quita el aparato. Guarda el arma y se marcha sin afanes. La víctima no sale de su asombro. No le sale la voz para gritar y el miedo paraliza sus gestos. Uno de los dos ocupantes de la banca mira al ladrón alejarse y sigue leyendo. El otro ni siquiera alza la vista. Aparentemente no se dio cuenta o le pareció tan normal que no vale la pena molestarse. Los transeúntes siguieron frescos su camino.

Es un retrato de la inseguridad en su versión más descarada. La misma que muestra sus garras cuando se divulga la noticia de lo ocurrido en Caquetá y empieza una lluvia de informaciones sobre casos semejantes, con víctimas infantiles, secuestros de menores y descuartizamientos.

Las autoridades se muestran alarmadas por la frecuencia y sevicia de estos crímenes. Se ofrecen recompensas. Los periódicos enfocan sus informaciones sobre el caso puntual, hasta que el país entero conoce cada rincón de la escena criminal. Micrófonos y cámaras recorren el árbol genealógico de la familia y la lista de amigos y vecinos, preguntándoles su opinión que, como la de cualquier ser humano no pervertido, siempre es la misma.

Para que todo no se olvide cuando otra noticia se robe la atención del público ¿por qué no convertir en algo positivo la indignación general? Podría intentarse institucionalizar un acercamiento de la comunidad con su policía, para combinar acciones que vayan desde las medidas preventivas hasta la captura de los delincuentes y el seguimiento de los juicios. No se trata de crear una red de sapos, sino de estrechar los vínculos de solidaridad entre los miembros de una sociedad acosada por la delincuencia. Tampoco se pretende fomentar el linchamiento de los maleantes, que ya muchas comunidades empiezan a ver como un recurso extremo. Se busca que el contacto frecuente y la colaboración de los ciudadanos cree un ambiente hostil para los bandidos, que hoy se mueven a sus anchas en medio de la indiferencia general y siguen sentados en su banca del parque esperando que les roben el celular.

Está bien que los colombianos piensen en los grandes temas nacionales, siempre y cuando mientras tanto no les rapen el teléfono, los atraquen a la vuelta de la esquina o una banda de apartamenteros les desocupe su hogar.