Buscando a Micifuz
La elección de Alcalde para Bogotá no es una cuestión de simple política, en el sentido peyorativo que se le cargó a esta actividad a punta de abusos y descuidos. Ahora, convertida casi en una mala palabra, cada vez que se pronuncia es preciso aclarar si se trata de “alta política” o de “baja política”, y agregar una explicación tan larga que cuando va por la mitad ya se ha olvidado el tema.
Pues bien, antes de que esto ocurra, precisemos que la selección del Alcalde de la capital se convirtió en un asunto de administración. Si aparee alguien capaz de solucionar los problemas urbanos básicos, sin duda arrasará en las urnas, independientemente de su filiación partidista. A la gente no le importarán sus convicciones filosóficas sino sus propuestas prácticas, y su capacidad para llevarlas adelante y cumplir el compromiso una vez conquistado el respaldo mayoritario de los electores.
Los problemas básicos de la ciudad se volvieron tan urgentes que acaparan la atención de los ciudadanos, hasta el extremo de concentrarla toda en ellos o, para ser más exactos, en la destreza del Alcalde para solucionarlos. Por ejemplo, la destrucción en las calles es tan grande, que al transeúnte solo le preocupa la pavimentación de los cráteres que convirtieron nuestras avenidas en una especie de queso gruyere alargado. Que el Alcalde piense cuanto le venga en gana siempre y cuando los tape…
El usuario de Transmilenio aspira a movilizarse entre la casa y el trabajo, ida y vuelta, sin que lo suban y lo bajen a empellones, lo estrujen, lo esculquen, le rapen el celular y le roben la cartera. Le tiene sin cuidado que el alcalde lea a Marx, prefiera a Adam Smith, no lea en absoluto o ni siquiera sepa leer.
Lo mismo sucede con el sistema de salud, que generará complacencia, aunque sólo logre impedir que se acomoden las licitaciones para adquirir ambulancias. O con la seguridad, si no aumentan los homicidios y la delincuencia reduce a unas pocas horas el imperio que ejerce sobre la ciudad las veinticuatro del día. O con el tránsito, si los conductores pierden menos tiempo precioso encerrados en su vehículo, renegando del trancón, invocando la ayuda celestial, o haciendo las dos cosas a la vez.
Atrapados por la inminencia de los problemas cotidianos, los habitantes de la capital no tienen tiempo para preocuparse por las ideas políticas de su Alcalde y, cuando les hablan de izquierda o derecha piensan que es una indicación para eludir los huecos. Lo cual les dio a las fuerzas que se proclaman progresistas una envidiable coyuntura en los años recientes, pero la desaprovecharon por completo.
Solo cuando salgamos del caos actual recuperaremos el aliento, para pensar en algo más que remendar lo inmediato.
Mientras tanto, la incapacidad para gobernar la ciudad sigue ganándole más y más admiradores a la sabiduría práctica del artífice del progreso chino, Deng Xiaoping. Según decía, no importa el color del gato con tal que cace ratones.
Preparémonos para escoger un buen gato.