Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Enero de 2015

LOS MÁRTIRES

Es imposible asesinar la libertad

A  finales del año pasado una noticia pasó sin mayor análisis por los medios de comunicación: Mehmet Ali Agca, el asesino profesional que disparó contra el papa Juan Pablo II, depositó un manojo de flores en la tumba del Pontífice. Los medios no pudieron ignorar el hecho. Lo registraron apenas, sin profundizar en su significado. La mano que disparó ese 13 de mayo fatídico en plena Plaza de San Pedro,  que después estrechó la de su víctima cuando Juan Pablo lo visitó en la cárcel, colocaba ahora unas flores sobre el sepulcro del santo. En la prisión solo se le ocurrió peguntarle “¿por qué no está muerto?”. No sabemos qué dijo ahora, pero, con toda seguridad, en su interior pensó en los  valores que son imposibles de asesinar.

La reacción universal ante la impresionante masacre de París demuestra que la libertad sobrevive a todos los intentos de eliminarla. Al contrario, la sangre de sus mártires se convierte en semilla de nuevos y fervorosos defensores de esa libertad. La insensatez de los esfuerzos por matarla produce siempre los efectos contrarios, como lo prueba la experiencia de la humanidad desde la prehistoria hasta nuestros días.

Si se pensaba acallar el semanario satírico, el desenlace demuestra que si, como periodistas irreverentes, los caricaturistas sacrificados gozaban de un merecido prestigio en Francia y reconocimiento entre los comunicadores de todo el mundo, como mártires quedaron convertidos en símbolos heroicos de la libertad de expresión. En todos los continentes millones de personas entonan con orgullo “Je suis Charlie”, y las luces que se encienden en las calles de París son llamas inextinguibles de homenaje a su memoria  y testimonio de que la libertad, inscrita en el alma humana,  si acaso puede herirse pero jamás matarse.

El crimen de Charlie Hebdo es una prueba adicional de la inutilidad del terrorismo y su capacidad para causar dolor sin beneficio para nadie. Fortalece, en cambio, a las víctimas y a las causas que éstas defienden, con mayor razón si son derechos inalienables de los seres humanos, como el que tiene toda persona a expresar libremente su pensamiento.

La demostración de solidaridad colectiva debe ser suficiente para disuadir a los que  creen que  sus convicciones los autorizan para agredir a quienes, en ejercicio de su libre albedrío, hacen algo que disgusta a los intolerantes.

En 1983, Álvaro Gómez escribió, en un prólogo al libro que recopila caricaturas del maestro Héctor Osuna: “A Sócrates le atribuyeron  haber dicho ‘los dioses me han puesto sobre la ciudad como  tábano sobre un caballo, para mantenerla despierta’. Esta hermosa función, en aquel entonces, correspondía a los filósofos”.

Y agregaba, en el mismo prólogo: “la gran función de no dejar adormecer a la sociedad es tarea insigne, preciosísima, no siempre reconocida en lo que vale”.

Ojalá los fundamentalistas de todas las vertientes comprendan la inutilidad de la violencia, y la insensatez de matar a quienes tienen una manera distinta de adorar a Dios, que es fuente de vida.