Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 7 de Noviembre de 2014

¿Se incendia el frente cafetero?

 

Esperábamos el estudio sereno sobre uno de los temas fundamentales del país cuyas incidencias económicas, sociales y políticas influyeron decisivamente en la vida nacional, desde que un párroco con visión futurista  ordenaba en el confesionario que sus feligreses arrepentidos sembraran café.

Pero en cambio del análisis resultó un fuerte debate que cada día se enciende más, con las partes  alineándose en orden de batalla, sin que se vislumbre el  pronto nombramiento de una comisión de paz o una mesa de negociaciones.

Como en todo enfrentamiento de estas características habrá víctimas directas: los caficultores, medio millón de familias por lo menos. Y los efectos colaterales los sentirán todos los colombianos.

Nuestra economía giró por décadas alrededor del café. Nos proporcionó una base  amplia para superar las etapas más ingratas del subdesarrollo, fue un redistribuidor del ingreso, creó infraestructura en amplias zonas del territorio, pagó impuestos, consiguió  los dólares indispensables para financiar las importaciones y, adicionalmente, demostró la importancia de las organizaciones gremiales. La Federación Nacional de Cafeteros comprobaba, en la práctica, cómo sí pueden trazarse políticas concertadas entre el sector público y el privado. Eran los tiempos de Manuel Mejía, Arturo Gómez Jaramillo y Jorge Cárdenas Gutiérrez

Los cafeteros aportaron sacrificios cuando el país los necesitó, y se sintieron desatendidos cuando los granos flacos  remplazaron a los granos gordos. Sufrieron los efectos de una política ingrata, según la cual las bonanzas cafeteras eran de todos y las crisis solo de los caficultores.

Alguna protección nos brindó el pacto cafetero y su supervivencia más allá de lo previsible inicialmente. Pero se acabó. Perdimos nuestra posición en el mercado mundial. Nos desplazaron productores nuevos como Vietnam. La política económica comenzó a mirar para otro lado. Los caficultores que  habían logrado ganarle la pelea a la roya y la broca, no consiguieron triunfar sobre la indiferencia. Llovieron las críticas  sobre la organización gremial. Y el país presenció lo que jamás había imaginado: paros cafeteros, con carreteras bloqueadas y puños en alto.

Pensamos que, cuando la Misión Cafetera presentara su estudio, se abriría la oportunidad para reflexionar tranquilamente sobre las realidades del sector y sus perspectivas. Pero, de repente y sin saber cómo, el país se encontró en medio de unas discusiones cada vez más agrias, sobre los planeamientos de un trabajo que ni siquiera se ha presentado. Y si esto ocurre con los borradores ¿qué puede esperarse cuando el texto definitivo  se conozca?

Lo que fue un modelo de concertación está transformándose en un campo de batalla. Y esos lujos no debe permitírselos un país en donde quedan más de quinientas mil familias  cafeteras, el grano sigue siendo uno de los renglones que más pesan en la balanza de pagos, la paz social de muchas regiones depende del café  y su  posición en el mercado mundial es una de las más fuertes.

En las circunstancias actuales resultaría económica, social y políticamente muy costoso apagar el frente cafetero y su contagio. ¿Será demasiado pedir que no se incendie?