Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 3 de Julio de 2015

 

“Los traslados de electores trashumantes”

PRÁCTICA RECURRENTE

¿Estamos de trasteo?

 

El  registro de Padilla que escandalizó a los colombianos en su tiempo y las urnas repletas de votos, que se hicieron famosas mientras  navegaban lentamente por los caños y quebradas de Tumaco, parecen obras de aprendices ante las habilidades de los tramposos manipuladores de resultados electorales de estos días.

La introducción del tarjetón  acabó con las filas de ciudadanos que se alineaban ante las mesas en las elecciones, con la mano en alto mostrando el sobre con el voto que iban a consignar, mientras los tenientes electorales vigilaban con ojo de lince, para que el cómplice de la compraventa no les cambiara la papeleta por la cual habían pagado sumas tentadoras.

Eliminados esos trozos de papel, donde se apretujaban las listas de candidatos, muchos de los recursos para asegurar el voto amarrado quedaron obsoletos. Las elecciones resultaron más limpias y los analistas ingenuos proclamaron que nuestra democracia era de una pureza cristalina. Se dedicaron a perseguir otros vicios, considerando que las viejas marrullas eran parte de la etapa paleolítica de nuestras votaciones. No es así. Esas prácticas sobreviven, acompañadas por el trasteo de votos, convertido en el vicio más protuberante de estas vísperas electorales.

No es el único de los males antidemocráticos, pero sí merece atención especial antes de que se convierta en la fuente de pecados concomitantes, que  desacrediten a nuestras corporaciones de representación popular para que no representen a nadie.

Ya casi nadie menciona la pobreza de los municipios colombianos pues, cuando se conocen las cifras de sus presupuestos, es evidente que buena parte de ellos recibe ingresos razonables para financiar el progreso, a no ser que  se los embolsille la nube de sanguijuelas que tienen por oficio sangrar al fisco.

Regalías y nuevos impuestos volvieron prósperos a  pequeños poblados que languidecían en la pobreza absoluta. Esa bonanza inesperada deslumbró a los derrochadores y peculadores, que se lanzaron a saquear las tesorerías municipales. Allí creció el trasteo. Las administraciones locales se volvieron botín de un asalto masivo, que comienza llevando a votar unos ciudadanos que nada tienen que ver con el municipio y debiera terminar con ellos en la cárcel. 

Pero, al contrario, se van a gozar de la impunidad.

Basta organizar un paseo para inscribir a  los  cómplices en la población escogida para el asalto y otro el día de las elecciones para que consumen la trampa. Y los habitantes, que creyeron ingenuamente que con sus nuevos ingresos habían acabado las penurias municipales, quedan en manos de los electoreros que organizaron el trasteo de votantes y que pronto procederán al trasteo de los fondos municipales.

Sería una pena que los grandes esfuerzos  por  articular la democracia municipal terminaran frustrados por estos traslados de electores trashumantes que, a la vista de todos, comienzan a andar de pueblo en pueblo, con su peculado a cuestas, mientras los politólogos y sociólogos preguntan, en el colmo de la inocencia, por qué y a dónde se trastean los votos.