DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 13 de Junio de 2014

POLARIZACIÓN

 

Nada será igual

Pasadas las elecciones del próximo domingo, nada volverá a ser igual en la democracia colombiana. Ni los platos rotos, ni las plumas arrancadas para deshonrar a las personas se podrán volver a pegar.

Pocos quedan en su sitio. Algunos periodistas y medios de comunicación influyentes serán de los más afectados por las consecuencias. Incentivar la polarización, los odios, remplazar a los personajes públicos con un protagonismo desmedido, acomodarse a cada nuevo Presidente y abandonar la objetividad para favorecer intereses particulares y dar rienda suelta a sus propias pasiones, está llegando a su fin. Todo esto, tolerable en otras épocas, ha quedado expuesto, visible gracias al poder que ha adquirido  el ciudadano intercomunicado, selectivo, beligerante y con su propio medio de comunicación a la mano, el celular, para difundir su pensamiento. En aras de la objetividad vale la pena destacar el papel de Roberto Pombo como moderador de uno de los debates en televisión. Pombo, no cayó  en la tentación  exhibicionista  y a través de un trabajo impecable y acertado de conductor del debate,  permitió que el  protagonismo lo tuvieran los candidatos y no el periodista.

Basta escuchar a los radioescuchas empoderados exigiendo objetividad, evidenciando prácticas inequitativas y a los periodistas, por primera vez, agradeciendo cuestionamientos, suavizando posturas y equilibrando la información electoral, para comprender que nada será igual. Los call center de las campañas también aprendieron el sistema y entraron a distorsionar la objetividad con “las llamadas espontáneas”.

Otro tanto está sucediendo con algunos columnistas. Acostumbrados a anunciar su voto con bombos y platillos, ahora van más allá. Están enfurecidos con el voto de sus vecinos. Pregonan tolerancia y respeto con el pensamiento ajeno y no aceptan posiciones diferentes a las suyas. Basta analizar el encarnizamiento contra William Ospina, de sus propios amigos, y la descalificación permanente del voto en blanco que hacen otros, desde sus trincheras.

Contribuir a polarizar el país entre buenos y malos, entre la guerra y la paz, fracturarnos más, haciéndoles el juego a las campañas políticas, asusta, porque esto no va a terminar el domingo. El próximo lunes uno será Presidente y el otro, líder de la oposición. Preocupa ver a académicos reconocidos adoptando posiciones tan intransigentes, atizando la hoguera en cambio de apagar incendios.

Convertir el tema de la paz en espada de confrontación es populista y antidemocrático. Un pueblo como el colombiano, agotado de padecer en carne propia el sufrimiento ocasionado por la violencia, tiene todo el derecho a dudar, a cuestionarse, a exigir pruebas de buena fe, a desconfiar, a pedir actos de contrición. No se ve a los dirigentes del lado de las víctimas. Devolvámosle los micrófonos a quienes han padecido. Se escuchan voces estridentes conminándolas a que perdonen. “Tienen que perdonar” y esas mismas voces se silencian frente a las Farc. No se escucha a ningún dirigente, del lado de los más débiles. No se alza ninguna voz para exigir que les pidan perdón. ¡Por Dios! ¿Qué nos está pasando? ¿En qué momento nos trasladaron la culpa de la violencia a todos los colombianos? ¿En qué momento se les entregó a las Farc la potestad de juzgar 50 años de sangre y de escribir la historia?  ¿Por qué van ellos a ser juez y parte frente a las víctimas de todos los actores armados en Colombia?

Quiero la paz con toda mi alma, pero no a costa de la dignidad y rendición del pueblo colombiano.