Hastío electoral
Sentía una especie de vergüenza como ciudadana, al confesar que por primera vez no quiero votar en las próximas elecciones presidenciales, hasta que descubrí que no estoy sola. Somos miles los ciudadanos “ninguneados”, que no nos sentimos respetados por ninguna de las dos opciones que van adelante en las encuestas. Aunque nos han silenciado a punto de descalificaciones, no nos hemos dejado manipular hasta la polarización.
El hastío electoral viene de atrás.
Dotado Álvaro Uribe de un carisma para la comunicación extraordinario y sin censura entre el pensamiento y la palabra, habituó a la opinión pública a una relación directa, emocional, primaria y contagiosa, desconocida hasta entonces. Descorrió el velo de las decisiones de Estado. Se hizo querer por el retorno de la anhelada seguridad. Se expuso en una vitrina donde se vio todo lo bueno y todo lo malo. Y al llevar a los extremos las emociones, propias de su personalidad, mucha gente se sintió legitimada para “darse en la jeta”, para subir el tono, retar a duelo, convertir en enemigo al adversario y someter al escarnio público al contradictor. Valdría la pena analizar el comportamiento provocador de sus funcionarios y el estilo agresivo que se tomó entonces algunos de los noticieros de televisión. El lenguaje se degradó y el “todo vale” se quedó. Así se fueron aflojando los seguros institucionales, que le habían dado solidez a nuestra democracia. Institución que no fuera afecta al Gobierno, institución que se exponía al descrédito ante la opinión pública.
Su estrecha relación con las masas llevó a la clase política tradicional a querer parecerse a Uribe. Y ahí, precisamente ahí, está la gran debilidad de Juan Manuel Santos. En querer parecerse a Uribe, primero como Ministro de Defensa implacable contra las Farc, el terrorismo y Chávez. La palabra diálogo habría representado para él un exabrupto en su momento. Y quienes lo reclamaban eran sometidos a la picota pública. Y ahora quiere parecerse a Uribe en la forma. Sólo así se explica el último comercial donde golpea la mesa y sube el tono de voz. No es creíble.
Juan Manuel Santos era considerado el colombiano más formado para gobernar. Con todos los atributos intelectuales y personales. Llegó a la jefatura del Estado subido en la ola uribista, y es explicable que quisiera hacer su propio gobierno, sin pedirle permiso a nadie. Pero en vez de hacer pedagogía sobre la importancia de lograr la paz, tomó el camino de la polarización. Optó por el estilo de confrontación y agravios. Graduó de enemigos a los colombianos que queriendo la paz y apoyando los diálogos, tenían alguna duda sobre el proceso, sin considerar que fueron 8 los años de su aleccionamiento sobre la amenaza terrorista. El mensaje fue incoherente.
Valiéndose de su estrecha relación con los medios, los llevó a firmar un acuerdo de no información sobre el proceso de paz. Convenio que para él debió implicar sumisión en todos los frentes, dada su actual intolerancia ante la mínima crítica.
Sobre la guerra desatada en los últimos días, la responsabilidad es compartida por sus actores y el origen del método es el mismo. Un método que los deja tendidos en el campo de la credibilidad y lesiona nuestra democracia.
Quedan ocho días para que nos expliquen por qué es mejor votar y nos convenzan de por quién votar.