…Con el sudor de la frente
El índice de desempleo bajó al 9.7 por ciento el mes de marzo, y esa es una buena noticia. Los críticos empedernidos dirán que no es el ideal. Quizás no, pero es muy buena, sobre todo si recordamos que hace poco rondaba el 14%, en unas estadísticas que, a diferencia de las frías revelaciones de la economía en otros campos, encierran un drama familiar en cada uno de sus componentes.
Por eso, cada rebaja de la tasa de desocupación alivia la presión social de la multitud de desocupados que, por más que quieran, no encuentran cómo cumplir con el mandato bíblico de ganarse el pan con el sudor de la frente.
Queda mucho por hacer, pero las mediciones indican que se avanza en la dirección correcta. Se necesita, por ejemplo, un mayor esfuerzo para disminuir la informalidad, cuya proporción elevada agrava los índices de desempleo. La mitad de quienes registran como ocupados son informales, y con tantas personas trabajando en ella, cualquier cifra de desempleados tiene un significado peor de lo que parece.
Si los colombianos poseen una habilidad tan grande para inventarse cómo obtener ingresos con el rebusque, los índices de desempleo muestran un problema más serio del que aparece en los cuadros estadísticos. Cualquier punto de desempleo abierto es un pésimo síntoma: hay personas que no encuentran lugar ni en el sector formal ni tampoco hallan cómo rebuscarse una fuente de ingresos.
Lo cual exige un refuerzo en los estímulos para crear empleos y, al mismo tiempo, para lograrlos en la formalidad. Es decir, una campaña sistemática para mejorar cuantitativa y cualitativamente, sin que los alicientes para formalizar el trabajo desanimen a quienes están en capacidad de crear nuevos puestos. De lo contrario puede haber un tránsito entre los sectores informales y formales, sin que aumente la ocupación total.
También preocupa la situación de los jóvenes, especialmente de los mejor calificados, con conocimientos y capacidades que tradicionalmente eran una garantía de mejor nivel de vida. El desempleo de los profesionales es una bomba de tiempo que va acelerándose y reclama una atención inmediata, con planes específicos.
A los jóvenes y a sus padres se les dijo que la educación era el camino para un mejor futuro. Siempre lo fue en nuestro país. No sólo el hijo sino la familia entera subían de estrato cuando el nuevo doctor recibía su diploma. Por eso, en cada hogar se hacían los sacrificios que fueran necesarios para que los niños asistieran al colegio, completaran bachillerato y entraran a la universidad. Pero hoy, cuando terminan su educación universitaria pasan a ser unos desempleados con diploma. La frustración comienza a alimentar el resentimiento. Se acaba el sueño…
¿Cuánto tarda la bomba en explotar? Es el mismo tiempo que tenemos para poner en marcha un plan de emergencia que disminuya el desempleo de los profesionales jóvenes.
Por lo pronto, las buenas cifras del último mes demuestran que sí se puede atacar el problema, que responde al comportamiento de la situación económica general, que los tratados de libre comercio no ha producido las inmediatas consecuencias desastrosas que se vaticinaban, y que, si hay progresos, es preciso continuar impulsando las causas que los produjeron pero aumentándoles la velocidad.