PERDÓN Y RECONCILIACIÓN
Fe y paz
¿Cómo explicar que 40.000 personas del oriente antioqueño peregrinen y se congreguen en la plaza de Marinilla para venerar una reliquia, sangre, de San Juan Pablo II? ¿Que 12.000 personas se desplacen hasta Santa Beatriz, en Bogotá, y esperen hasta 7 horas para ingresar al templo? ¿Y que otro tanto se reúna en Fontibón en medio de una alegría espiritual contagiosa? Para comprenderlo es necesario dejar la mente en off y permitir que el espíritu de comunión lo explique.
En Colombia, los millones de víctimas que han padecido la violencia, lo perdieron casi todo, pero no renuncian a la esperanza. Lo que no ha logrado la retórica disociada de la realidad, que les impone la carga del perdón como requisito obligado para la reconciliación, lo consigue la invocación de los valores religiosos católicos más profundos del alma colombiana. Allí es posible hablar de donación del dolor, de perdón, de encuentro de dignidades heridas, de reconciliación, de propósito de enmienda. Es un lugar para sanar las heridas del alma, como lo pidió el Papa Francisco en carta a los colombianos y convertirnos en “hospital de campo”. Desde el corazón de las víctimas, que habitan la periferia del dolor, se construye una paz verdadera.
Pero, se preguntarán muchos, ¿en qué consiste venerar una reliquia? Es un encuentro espiritual con las virtudes del Santo. Así definió estas peregrinaciones Monseñor Slawomir Oder, postulador de la causa de canonización: “Cada uno de los viajes era una peregrinación hacia el hombre. A él le gustaba repetir: “Yo no voy a encontrarme con las multitudes, sino con personas únicas”. Hoy los muchos que acuden a venerar la reliquia no perciben una distancia física entre ellos y Juan Pablo II. En la oración se sienten profundamente unidos a él”. Sus enseñanzas resuenan renovadas a los oídos de víctimas y victimarios: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”.
Los hechos hablan por sí solos. En medio de la multitud, en la plaza de Marinilla, dos reinsertados, uno de las Auc y otro del Eln, quienes se habían conocido recientemente en rueda de prensa, donde reconocieron públicamente las atrocidades cometidas y pidieron perdón, departían felices, con sus esposas y sus bebés, en medio de la población que ellos mismos habían azotado. En la iglesia volvieron a pedir perdón y fueron acogidos con amor, por los miles de peregrinos.
Como lo explicó el nuncio, Ettore Balestrero, en la homilía en la catedral Santiago Apóstol, de Fontibón: “la reliquia de San Juan Pablo II impulsa la tarea de convertir toda la Iglesia, cada parroquia en un hospital de campo, en el lugar seguro donde se puedan reencontrar quienes experimentaron las atrocidades y quienes actuaron desde la orilla de la violencia, como lo pidió el Papa Francisco. Que en la Iglesia colombiana todos hallen sanación y oportunidades para recuperar la dignidad perdida o arrebatada”.
Así concluyó el cardenal Rubén Salazar, en Marinilla, Antioquia, “vamos a pedir al Señor, por intercesión de San Juan Pablo II, que podamos descubrir ese valor redentor del dolor. Que todos nosotros, los que hemos sufrido, seamos capaces de ofrecer nuestro dolor para que, unido al dolor de Cristo, se haga fuente de perdón y reconciliación. Y que de esa manera podamos construir una patria de justicia, fraternidad y solidaridad. Una patria de paz”.