DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Enero de 2014

Hora de prevenir

En estos días festivos padecimos otra vez la rutina de la pólvora y sus lamentables consecuencias. La sabemos de memoria. Año tras año es igual. Solo varía el número de víctimas.

Las semanas finales del año comienzan a venderse mariposas, volcanes, buscaniguas, torpedos, voladores, totes, luces de bengala y chispitas elaboradas con una especial habilidad por los fabricantes que aún sobreviven en el negocio. Y cuando se habla de sobrevivir usamos el término en su sentido más literal y fúnebre, pues en el transcurso del año unas cuantas polvorerías estallan con dueños y operarios adentro.

Con la aparición de los expendios populares aparecen también las campañas de prevención que advierten sobre los peligros, y las primeras noticias sobre quemados, que deberían ser más que suficientes para racionalizar la fabricación y el uso de estos artículos   letales.

Pero la conciencia de los consumidores está encallecida. Las hileras de casetas de venta, al lado de las cuales sus dueños tienen listos unos baldes con agua, envían un menaje suficiente para desterrar a los compradores. Las advertencias en televisión, con imágenes de las víctimas y declaraciones de los médicos  encargados de las urgencias hospitalarias, son mas que elocuentes.  Pero todo es en vano. Los fabricantes siguen en su oficio. Los consumidores continúan presos de su indolencia. La opinión pública  se lamenta de no prestarle más atención al problema. Pero sigue sin prestársela.

Solo queda una explicación para este fenómeno de estupidez colectiva: las advertencias llegan tarde.

Para el fin de año, las polvorerías sobrevivientes ya tienen sus inventarios al máximo. Producen para vender en estos días y no les queda más alternativa que perder lo acumulado o salir a venderlo, abiertamente o a escondidas.

Si se quiere que racionalicen su actividad o la abandonen del todo, la oportunidad para ofrecerles posibilidades de ocuparse en otra  labor no es diciembre, sino enero. Y no bastan mensajes generales, es preciso buscar a los productores uno por uno, estudiar su situación individual y ofrecerle ayudas para trasladarse a labores más seguras. Comenzando en enero hay tiempo para actuar positivamente. En diciembre apenas queda un breve  margen para castigar. Y así la rutina sigue repitiéndose.

Apenas estamos  a tiempo de prevenir las desgracias de finales del 2014, del 2015, 2016…. Y más allá.

El solo hecho de no haber explotado con fábrica y todo,          califica a nuestros polvoreros como expertos de alto nivel. Encontrarían fácil acomodo en una industria de la pólvora reorientada, productora de artículos para ser usados por manos expertas, en exhibiciones de fuegos artificiales  altamente sofisticados, que encontrarán mercados mayores en multitud de ocasiones en las cuales hoy no se utilizan.

Los mercados se amplían y los productos colombianos son de calidad  competitiva con los más refinados del mundo. Solo tenemos que   considerar el factor seguridad y pensar en los espectáculos deportivos y en las festividades patronales para ver las enormes posibilidades de una industria polvorera redireccionada.

Cuando en las ligas mayores el béisbol de los Estaos Unidos  batean un jonrón, el cielo se ilumina con bellos fuegos artificiales. En los eventos masivos ocurre algo similar. En las fiestas nacionales lo mismo.  Son la ilustración palpable de los nuevos campos para conquistar por una industria que no puede seguir limitándose a producir en pequeño y causar tragedias grandes.

Pero, si ese es el camino escogido hay que empezar en enero.