¡La paz!
Al saber que algo se acuerda en La Habana, el país exclama con una mezcla de entusiasmo, esperanza, escepticismo, alivio e ilusión ¡la paz! Lo escuchamos ayer. El mismo grito de las veces anteriores, aunque con variaciones en los ingredientes.
Es prematuro adelantar análisis definitivos, pero en esta oportunidad hay una mayor dosis de esperanza, más alivio, menos entusiasmo, un regular escepticismo, y la ilusión oscilante, que sube cuando dicen que los jefes de las Farc ya entraron a la dulce vida de los yates y baja cuando llega la noticia de nuevos asaltos y secuestros.
Aquí no se trata de una polarización entre amigos y enemigos de la paz, como lo simplifican y banalizan, quienes quieren una reinserción a cualquier precio. Aquí de lo que se trata es de mayor o menor confianza en los resultados. Y dados los antecedentes es normal que revivamos la esperanza, pero con moderación. De lo contrario, quedamos al vaivén de quienes juegan con nuestras ilusiones de un país en paz, apostándoles sólo a los intereses electorales.
Pero poniéndole toda la buena voluntad imaginable para que “esta vez sí”, y celebrando la apertura democrática que encierra este preacuerdo, es oportuno seguir advirtiendo las fallas que hacen vulnerable el proceso en curso, así no les guste a quienes apuestan por una paz virtual.
A las conversaciones les hace falta un interlocutor. Suponiendo que, en la mesa, por parte de la guerrilla y del Gobierno están todos los que son y son todos los que están en condiciones de llegar a un acuerdo operante, por parte de la sociedad faltan las víctimas. Es una mesa coja mientras los más damnificados por el desangre de estos años no se sienten ahí, para que, por lo menos, se mire su presencia como testimonio de una época desgraciada y se les reconozca como la parte más débil, que sufre en silencio las consecuencias de un enfrentamiento que no iniciaron, no estimularon y ahora no pueden terminar por sí solas.
Y el tema de las víctimas de las Farc que se avecina y a pesar de los esfuerzos como los hechos por el Congreso y Naciones Unidas, llega a la mesa debilitado, porque los medios han propiciado casi paulatinamente su desaparición de la pantalla, en aras de “proteger el proceso”. Se les menciona para ambientar un futuro encuentro en La Habana. Y eso que todavía no les ha llegado el turno a los medios de comunicación. ¿Saben los periodistas cómo conciben las Farc la libertad de prensa y la propiedad de los medios de comunicación? ¿Siguen ellos pensando que las víctimas son efectos colaterales de la guerra?
Pero lo que todavía la opinión no conoce es que por exigencia de las Farc, a La Habana viajarían víctimas de todos los actores armados. Es decir, víctimas de otras guerrillas, narcotráfico, paramilitares, agentes del Estado y unas cuantas de las Farc. ¿Pueden las Farc, ser juez y parte? ¿Se les va a entregar la vocería de todas las víctimas en Colombia? En un primer encuentro deberían mirar a cara sólo a quienes esta guerrilla ha causado tanto dolor con el secuestro, la extorsión, las masacres, incluidas las madres de los niños que reclutaron para sus filas y desde luego las víctimas de su grupo político, la Unión Patriótica. Y que sea el Gobierno el interlocutor calificado para escuchar, visibilizar y responder a las víctimas de los otros actores armados.
La reconciliación es un paso indispensable para alcanzar la paz y cimentarla. Por eso tienen que participar las víctimas, que son las únicas legitimadas para perdonar. Requieren la reconciliación para completar su sanación personal, propiciar la colectiva, cerrar el duelo por su seres queridos que cayeron y superar el dolor sufrido en carne propia. Para lo cual, es necesario darles el trato digno que les corresponde como interlocutoras de primer nivel en una democracia.