EXPLICACIÓN EXCULPATORIA
¿Alguien responde por algo?
¿Alguien responde por algo en Colombia? No, aquí nadie responde por nada.
El país se conmovió ante la estremecedora tragedia de la niña que murió al caer en una alcantarilla destapada. Fue una reacción unánime, mezcla de dolor, asombro, pesar y rabia que no es usual en una sociedad endurecida por largos años de atrocidades. Esta vez, el sentimiento colectivo se despertó cuando en la televisión, con rostro lloroso, la madre preguntó “¿Y a mí quién me responde por la niña?”.
La humanidad entera ha insistido en que la gente es responsable de sus actos. Los colombianos aprendimos a fuerza de golpes que no es así, es irresponsable.
Como en el caso de la infortunada niña, todos tienen una explicación exculpatoria. Las autoridades explican que hay ladrones de tapas, que todos los días dejan abiertas unas trampas mortales y más tardan los encargados remplazándolas, que los maleantes en volvérselas a robar. Hasta se conoció el precio que pagan los reducidores: entre tres mil y siete mil pesos, dijo un robatapas en declaraciones al noticiero. La tapa cuesta trescientos mil.
Desde luego, el ladrón no responde por nada. Ni siquiera lo han identificado y mucho menos lo detendrán. Las autoridades se declaran impotentes ante la infinidad de robos de esta clase. Las empresas públicas están demasiado ocupadas cobrando las tarifas y suspendiendo el servicio a los morosos. No tienen tiempo ni personal para perseguir a estos robatapas. Los vecinos no pueden sentarse en la puerta de sus casas a vigilar para que nadie se lleve estos redondeles, pues ya pueden darse por satisfechos de no caer en los huecos dejados por las tapas que anochecen y no amanecen.
El Distrito lamenta mucho lo sucedido y anuncia pomposamente que adelantará una severa investigación, “exhaustiva”, como todas las que terminan en nada. La justicia ni siquiera tendrá oportunidad de actuar y el principio de la irresponsabilidad saldrá triunfante de nuevo.
Quedará reforzado para que nadie responda tampoco por las suspensiones inesperadas de los servicios públicos, las fallas de vigilancia, los paseos de la muerte que cumplen los enfermos rechazados en los hospitales, hasta que finalizan muertos en la puerta que tiene colgado el letrero de urgencias.
Millones de ciudadanos pacíficos pierden cantidades astronómicas de dinero, por culpa de los paros que perjudican al país con el pretexto de reivindicar unos derechos, como si eso se consiguiera interrumpiendo el tráfico por vías arterias, quemando camiones en las carreteras y obligando a la gente a caminar varios kilómetros para llegar a sus trabajos por la mañana y volver a sus casas al fin de la jornada.
Ni las industrias, ni los almacenes, ni las oficinas reciben compensación alguna por las pérdidas. Son las víctimas de la irresponsabilidad a quienes nadie indemniza, como tampoco se compensan las pérdidas que sufren millones de personas por los daños en teléfonos o las fallas en Internet.
Si el usuario se demora en pagar su factura mensual tiene que correr a cancelar intereses y recargos, sin derecho a protestar. El prestador del servicio o vendedor del bien, en cambio, puede descansar tranquilo, porque sus fallos cuando más se ganan, es una nota amarga en el periódico. Y si protesta lo mirarán como un animal raro, que ni siquiera entiende que aquí nadie responde por nada.