Diana Sofía Giraldo | El Nuevo Siglo
Viernes, 22 de Mayo de 2015

DEBE HABER TRANSPARENCIA

¡Más luz!

SI  en un país unánimemente partidario de la paz solo el  veintiséis por ciento de su gente cree que se firmará un acuerdo dentro del proceso que está en marcha, el mensaje no puede ser más claro: los colombianos quieren y creen en la paz pero no en el proceso de La Habana.

¿Por qué?

Ante todo por adelantar las conversaciones a  media luz. La falta de información completa, diáfana, veraz y oportuna desconcierta a la opinión, remplaza  los datos reales por las murmuraciones de pasillo, que van y vienen  según el interés de quien las ponga a rodar. Si, al fin y al cabo, se tiene que conocer el  acuerdo íntegro, para que los colombianos tomen una decisión, ¿por qué ponerle misterio y negociar en la sombra?

Esa táctica del silencio y de señalar a otros para eludir responsabilidades, lleva  a que el setenta y seis por ciento no crea que las Farc tengan intenciones legítimas de llegar a un acuerdo, según encuesta que El Tiempo y La  W le encargaron a  Datexco Company-Opinómetro. En consecuencia,  la cifra de quienes consideran que el Presiente maneja bien el tema se desploma del cuarenta al veinticuatro por ciento.

¡Más luz! Es el reclamo permanente de un país deseoso de recuperar una paz perdida hace mucho tiempo. Los intentos de desfigurar los hechos y cerrar los ojos ante las calamidades  sufridas  por los colombianos de las últimas generaciones, solo  acrecentarán la desconfianza colectiva.

Desde el principio era clara la imposibilidad de adelantar  conversaciones de paz desconociendo a las víctimas, ¿Cómo pudo ocurrir lo que todos sabemos que ocurrió, y no dejar víctimas? ¿Cómo  ignorarlas cuando se cuentan por millones? ¿Y cómo  lograr la reconciliación si se pretende  que haya víctimas pero no victimarios?

Nadie creerá en la sinceridad  de los negociadores si los victimarios no comienzan por reconocer que lo son, manifiestan su arrepentimiento y expresan convincentemente su propósito de enmienda. Entonces, y solo entonces, serán posibles el perdón y la reconciliación.

Por el contrario, extender un manto sombrío para no admitir responsabilidades sembrará las semillas de peores conflictos.

La conversaciones de La Habana comenzaron sin tener en cuenta a las víctimas. Cuando se habló de ellas, primero las negaron, enseguida trataron de esconderlas, después manipularon la selección de sus representantes para minimizar su participación. Hasta que al fin la realidad se impuso, las víctimas se hicieron visibles por su propio esfuerzo, los medios las enfocaron con los reflectores que tenían concentrados en los victimarios y la sociedad entera comenzó a poner las cosas en su sitio. A medida que la luz ilumina todo el escenario se evidencia la magnitud del drama, y el país puede  analizar con  serenidad las soluciones propuestas.

Solo exponiendo la verdad se conocerán las reacciones de la opinión pública y su verdadera posición ante los desarrollos del proceso.

¿Hasta dónde van los compromisos? ¿Qué, cuánto y cómo se está negociando a nombre de los cuarenta y seis millones de personas ilusionadas con la esperanza de vivir en paz? Para evitar sorpresas debe  haber transparencia total, con más luz, mucha luz. Es  necesaria si se quiere que quienes desean la paz crean en el proceso. No olvidemos que no hay acuerdo que sea posible sin el respaldo popular.