DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Septiembre de 2013

Con este sí, con este no

 

Apenas  comienza el inventario de las víctimas del paro que, entre otras cosas, no sabemos si se terminó por completo o quedan vivos unos  cuantos pedazos del total, rondando por ahí.

En primer lugar, es necesario distinguir entre el derecho a la libre expresión y la protesta contra las injusticias, de la apelación a la violencia y el aprovechamiento de causas legítimas para usarlas como pretexto que encubra     atropellos,  empeore los males y afecte nuevas víctimas.

Porque está claro que los daños no son solo los que aparecen en las noticias. Van mucho más allá. Tocan el fondo de la vida social. Los perjuicios más graves no aparecen en las pantallas de televisión ni en las fotografías de los periódicos. El país no los ve. O los mira sin verlos. O simplemente no quiere verlos. Pero ahí están, carcomiendo las instituciones.

De pronto aparecen algunas muestras de sus efectos, como las cifras de la encuesta de Gallup, en donde la imagen favorable del Presidente se desploma al 21%. Se dirá que no es catastrófico, que no se gobierna para las encuestas, que la caída es recuperable con una buena estrategia de comunicaciones, que estamos todavía lejos de votar para la reelección. Y todo eso puede ser cierto o no, pero no es lo más grave. Lo alarmante es que la estructura institucional  se desmorona por dentro.

Sufrimos una asonada contra esas instituciones que tanto nos costó edificar durante doscientos años de vida independiente, trescientos de historia colonial y sabe Dios cuántos  miles de prehistoria indígena. En este asalto nada fue coincidencial. Las protestas se orquestaron, la violencia se preparó, los sitios puntuales se escogieron estratégicamente. Hasta los idiotas útiles que se lanzan a las revueltas encapuchadas fueron hábilmente estimulados. Y a lo doméstico se sumaron la nueva embestida de Nicaragua, con barco ruso mostrándose en el Caribe, y las acusaciones de Maduro, que quiere pintar a las autoridades colombianas como gánsteres internacionales.

En medio de esa barahúnda, las instituciones o no se dejan ver o se muestran vacilantes. El Congreso sigue bajo un fuego cruzado que le aumenta a diario su descrédito. La Justicia además de sus dificultades habituales soporta una campaña para socavarla magnificando sus errores. El Ejecutivo, encargado de preservar el orden público, salió más que maltrecho de esta prueba.

A corto plazo se intenta debilitar al Estado colombiano en las negociaciones de la Habana. A la larga es una combinación de todas las formas de lucha para demoler la democracia.

Y mientras tanto, el Gobierno negocia con las Farc. O lo hizo ya y ahora está en el repaso de lo que se habló pero no se le cuenta al público. En cambio los voceros de las corrientes de opinión más representativas no conversan entre sí. Los comisionados para la negociación hablan con Márquez, Santrich, Catatumbo, París y cuantos voceros envíen las Farc a Cuba. Pero Santos no habla con Uribe, ni Uribe con Santos, ni los directores del liberalismo con los del conservatismo, ni los sectores sociales entre sí... No, cada cual  anda con una lista en mano escogiendo con este hablo, con el otro no hablo… Y eso que está fresco el recuerdo de lo que sucedió por no hablar con el sector agrario.

En esas circunstancias ¿cuánto más resisten las instituciones?