Una buena noticia
El equilibrio de fuerzas entre la guerra y la paz está cambiando. La reciente declaración de las Farc sobre las víctimas, en donde reconocen haber causado dolor desde sus filas es un paso importante para reconstruir la reconciliación desde la paz.
Atrás empiezan a quedar los tiempos de un intercambio de comunicaciones entre el Gobierno y la guerrilla, donde no se escuchaba lo que decía el interlocutor. Era un diálogo de sordos, ajeno a la realidad del país, que observaba desconcertado la incoherencia entre lo que la guerrilla pensaba, lo que decía y lo que hacía, mientras algunos intelectuales de extrema izquierda intentaban justificar lo injustificable, atrincherados en ideologías superadas por los hechos, y enfrentados a atrocidades cometidas contra otros seres humanos, como secuestros que duraban 14 años o masacres como la de Bojayá. Hasta se atrevían a calificarlas como efectos colaterales de la guerra. ¡Qué vergüenza!
Pero eso ya es pasado. La modernidad los dejó atrás. Con la globalización de las comunicaciones, el terrorismo transmitido en vivo y en directo despertó la conciencia de las masas, y la opinión pública ya no es manipulable a la hora de llamar por su nombre el secuestro, la extorsión o las matanzas. Tanto guerrilleros como paramilitares perdieron su aura ideológica. Quedaron empantanados en la sangre que se derramó a lo largo y ancho del país.
El diálogo dejó de ser solo entre Gobierno y guerrilla. Pasó a ser entre tres: Gobierno, opinión pública y guerrilla. Con una opinión pública que pesa aún más en las proximidades de una contienda electoral.
Este paso dado por las Farc, que no se pueden seguir llamando a sí mismas víctimas, con el cual reconocen que “ha habido crudeza y dolor provocados desde nuestras filas”, empieza a cambiar la ecuación. Y sí, estamos de acuerdo en que se reconozcan las víctimas de todos los actores armados. Pero no son las Farc juez y parte. Que empiecen a reconocer las suyas y alivien el alma de millones de colombianos, que no han podido hacer sus duelos por ausencia de verdad.
Una manera de demostrarle al país que no se trata de una declaración política estratégica es acompañarla de hechos claros y contundentes, como la liberación de Edson Páez Serna, cuyos padres, empobrecidos por los pagos para lograr su liberación, peregrinan suplicándoles a las Farc que les permitan ver de nuevo a su hijo de 20 años. También pueden calmar el dolor, el llanto y las pesadillas de una mamá como Nelvis Perales, a quien le arrebataron a su hijo, Edwin Perales, para incorporarlo a las filas guerrilleras. Han pasado 18 años y el dolor y la desesperación se instalaron para siempre en su vida.
En estos momentos, las Farc están, por primera vez, en posibilidad de cambiar la ecuación de las negociaciones. Gestos verdaderos a favor de las víctimas llevarían a la opinión pública a respaldar las conversaciones. Y las víctimas colombianas, que claman justicia pero también ofrecen perdón a manos llenas, liderarían la anhelada reconciliación. Así esta tendría plena legitimidad. Pasaría de ser virtual a real.
Dios quiera que la declaración de las Farc encierre transparencia y verdad, porque ya no se resiste un engaño más. Bastaría repetir un reciente video, en el cual resuenan unas risas de burla de Iván Márquez y Santrich, donde a la pregunta de si pedirían perdón a las víctimas, respondieron “quizás, quizás, quizás”, para que se frustren las conversaciones, por cuenta de una opinión pública empoderada, dispuesta a ponerse de pie y decir no más.