El dólar caro
Preparémonos para el despertar del dólar y el estremecimiento que sufrirá la economía como consecuencia de la subida del tipo de cambio.
Después de muchos años con lo que pudiéramos llamar el dólar barato, nos acostumbramos a oír las quejas permanentes de los afectados, el ¡crac! de las empresas cuando quebraban o el gemido que lanzaban con su último aliento las que, prudentemente, se salían del mercado para evitar el colapso.
Supusimos, también, que los efectos durarían para siempre, que los artículos importados seguirían ofreciéndose a precios bajos, el turismo de colombianos en el exterior costaría menos que el de los destinos nacionales de moda, podríamos darnos lujos en gastos de consumo, se mantendría frenado el costo de vida, y las disminuciones en el empleo de algunos sectores se compensarían con la creación de puestos de trabajo en los impulsados por las compras afuera.
Los economistas explicaron lo que estaba sucediendo, pero la euforia de los gastos en el exterior no permitió prestarles mayor atención a sus enseñanzas. Ojalá tengan más suerte con su nueva tarea de hacerle entender al país lo que nos espera con el dólar en subida.
Y ojalá un balance de esa etapa que se cierra con tanto esfuerzo -porque los factores reales parecen empeñados en impedir su clausura- permita concluir que se aprovechó bien. Reconfortaría comprobar que el aparato productivo sale renovado y con la fuerza necesaria para moverse dentro de las nuevas condiciones, creadas por el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y su réplica en los convenios similares que buscamos acordar con cuanto país se deja hablar del tema.
Sería una lástima que esta larga coyuntura cambiaria no se hubiera aprovechado para fortalecer el sector productivo y poner al día la capacidad instalada de las empresas. Claro que, cuando se plantee este tema, los empresarios dirán que, con sus productos acorralados por la competencia extranjera, muy pocas ganas les quedaban de renovar maquinaria y modernizar equipos. Y entraremos en un círculo vicioso de si la demanda de los artículos estimula la oferta o si la oferta en aumento crea su propia demanda.
La controversia podrá continuar por décadas en términos académicos, pero para las amas de casa que rigen el consumo de los hogares, la respuesta la darán los estantes del supermercado, con precios sostenidos hasta ahora por las importaciones con dólar barato. A ellas, que son los motores de la demanda interna, las tiene sin cuidado si la enfermedad holandesa es una peste vacuna o un sobrecalentamiento económico por la inundación de divisas. Su mejor índice es cuánto cuesta llenar el carrito del mercado.
El tema alcanzará la máxima actualidad en los meses siguientes de un año electoral, en donde el termómetro de la popularidad de los candidatos está pegado a los escaparates de tiendas y supermercados.
Porque nada será igual, ni siquiera la actitud frente a las conversaciones sobre La Habana, si las repercusiones de unas importaciones encarecidas afectan seriamente el costo de vida. No es lo mismo conversar sobre la paz con precios altos que hacerlo en medio de una agradable sobremesa.