Esta vez sí al aire libre
El fallo absurdo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya le abrió las puertas a cuanta solicitud descabellada se le ocurra a un país que quiera morderles derechos a sus vecinos. La reflexión es obvia: si en un caso tan claro ahogaron en aguas del Caribe los derechos colombianos, pidamos lo que se nos ocurra que algo nos dan los jueces, temerosos de reconocerle a un Estado sus derechos pero dispuestos a quitárselos en cualquier momento. Cuanto más infundadas sean las pretensiones mayor la posibilidad de ganar, porque cualquier cosa que se consiga es ganancia.
Como era de esperarse, Nicaragua está lista a repetir la operación que le dio unos resultados tan inesperadamente jugosos. Entendió mejor que nadie el mensaje de la Corte: “pidan, pidan lo que sea que de todas maneras algo recibirán”. Si lo dicen los juristas de La Haya ¿por qué no suponer que otras instancias internacionales seguirán por el mismo camino?
Preparémonos.
No podemos repetir errores. Esta vez los ataques contra nuestra integridad territorial no deben tratarse como un asunto de especialistas, que solo se considera en círculos reducidos de la cúpula gubernamental, confiando en que los tratados públicos son respetados, el derecho internacional prevalece sobre los arranques expansionistas y los convenios de límites no se violan impunemente. Entramos en un mundo jurídico al revés y nosotros, inocentes, seguimos creyendo en la intangibilidad del principio según el cual pacta sunt servanda, mientras los guardianes de la juridicidad internacional proceden como si fuera un principio muerto, que solo se aplicaba cuando el latín era una lengua viva.
La política exterior, y más cuando se trata de los delicados temas de soberanía e integridad territorial, es asunto de interés vital para el país, requiere el apoyo irrestricto de los colombianos y, por lo mismo, debe explicarse en público, con sus detalles completos, pues nadie respalda lo que no conoce.
Hay que exponerles la situación a todos los habitantes del territorio nacional, ilustrarlos sobre cada una de las incidencias, inclusive las menores, responder a las inquietudes y convocar permanentemente la solidaridad nacional. En este campo no debe haber disidencias cómplices con quienes quieren arrebatarnos tierra y aguas propias, ni actitudes que puedan interpretarse como indiferencia hacia los peligros de que fallos como el de la Corte de La Haya se conviertan en realidades amargas.
Esta vez el tema debe ventilarse al aire libre y a pleno sol. No hay lugar para diplomacia secreta. Ni siquiera para invocar la discreción diplomática como pretexto para no contarle al país, paso a paso, lo que está ocurriendo. Y es preciso comenzar enseguida, haciéndolo de manera que no quede la menor duda sobre la decisión de proteger nuestros derechos por todos los medios que sean necesarios.
¿Qué estamos esperando para iniciar esa tarea?
Es una formidable y patriótica operación educativa de la opinión nacional, que encontrará el respaldo unánime de los medios de comunicación.
Cuando los derechos son tan claros, se defienden mejor a pleno sol y al aire libre.