Así no se hace justicia
“Prisiones son aulas de empeoramiento criminal”
“ ….y se hizo justicia” . Así concluían antes las crónicas sobre crímenes famosos, que los describían, en estilo novelesco, desde sus antecedentes hasta la condena de los culpables. Los autores de esas pequeñas obras maestras de literatura policíaca cerraban sus relatos cuando las puertas de la cárcel se cerraban detrás del condenado.
Ahora es distinto. Suponiendo que subsistan algunos escritores de página roja, el sonido de esos portalones es apenas el comienzo de otra tragedia de dolorosas proporciones personales, administrativas y sociales.
La cárcel no es un lugar de rehabilitación del antisocial. No le endereza el camino. No corrige sus comportamientos. Ni siquiera es un sitio de castigo. No resocializa al preso. Con absoluta seguridad lo empeora. Se convirtió en una escuela de perfeccionamiento delincuencial. Un infierno para el que entra y un semillero de criminalidad para la sociedad.
Los colombianos intuíamos el horror carcelario. Pero los informes del Noticiero RCN de Televisión nos muestran que la realidad es peor y que la tragedia no se limita a destruir a los reclusos, pues sus inverosímiles niveles de corrupción derraman una pésima influencia sobre la comunidad entera.
El mal viene de atrás. La lentitud de la justicia nos colocó ante un número de crímenes creciente, que desemboca en una cantidad mínima de condenas. Y como la impunidad crecía día a día, se resolvió hacer justicia por medio de la detención preventiva. Si los plazos no se cumplen, los juicios se prolongan hasta que prescriben, las penas se aplican usando ese tipo de detención.
Las cárceles comenzaron a llenarse de indiciados, con muchos detenidos mientras los investigan y juzgan y muy pocos reos ya sentenciados.
Ni la opinión pública ni los especialistas en estas materias se preocuparon por el tema. Al fin y al cabo con la detención preventiva hay alguna sanción. Por la vía oblicua, pero alguna hay.
A ese ritmo de detenciones y con la capacidad carcelaria estancada, era inevitable el hacinamiento que desborda las instalaciones y agrava los problemas de ese hormiguero humano que hoy altera al país. Sus prisiones se convirtieron en escuela de antisociales, postgrado de experiencias criminales, centros de extorsiones y secuestros, focos de corrupción, laboratorio que cría gérmenes delictivos y los esparce sobe toda la comunidad, en donde se consumen seres humanos que un régimen carcelario injusto trata peor que si fueran animales.
El remedio, por supuesto, no está en los textos legales. Es un caso de incapacidad administrativa que engendra otra tragedia humanitaria. El Estado tampoco puede administrar las cárceles y, con los ojos cerrados, las deja convertirse en conglomerados explosivos, sembrados por todo el país.
Solo les prestará alguna atención cuando estallen. Por ahora, las prisiones seguirán siendo aulas de empeoramiento criminal. Inhumanas escuelas de capacitación delictiva.
Y con el país observando las aterradoras imágenes de la televisión, la única solución propuesta es soltar a los criminales presos, hasta equilibrar la población carcelaria con la capacidad de las instalaciones.
Entretanto, continuará envenenándose el alma de los detenidos en esos pozos alimentadores de odio, para que su resentimiento con la sociedad sea mayor cuando regresen a ella.