DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Noviembre de 2012

La confianza herida

 

La principal víctima de lo sucedido con Interbolsa no es el inversionista  que entró desprevenidamente en las carteras colectivas, ni el que entregó sus ahorros para que unos expertos se los manejaran, ni los que negociaron de buena fe y quedaron colgando en la mitad del proceso, ni los accionistas que ven derrumbarse sus empresas cuando  una negativa de créditos los enfrenta su iliquidez, ni los funcionarios públicos que comienzan a recibir toda clase de críticas, ni siquiera las viudas y los huérfanos cuyas dificultades conmueven a la opinión pública, ni “el mercado” que siempre aparece como el actor omnipresente  que no carga   ninguna culpa.   

La víctima principal es la confianza.

La confianza pública sufre el primer impacto y si no se aplican los remedios de inmediato, el daño se prolongará por tiempo indefinido o, lo que resulta peor, se vuelve permanente.

Estas crisis de confianza, que tan duro golpean hasta las economías más fuertes, pueden resultar catastróficas en un país como el nuestro, con la credibilidad en las estructuras económicas, sociales y  políticas tambaleante y acosada a diario por fallas coyunturales que lo mantienen en un continuo sobresalto.

Estamos apenas en el principio de un episodio cuyos alcances son difíciles de calcular. Pero, aunque no se extendieran, la confianza ya quedó maltrecha y los efectos van mucho más allá de la carrera para proteger los ahorros escondiéndolos bajo el colchón. Como es obvio, los responsables tendrán que asumir las consecuencias de sus actos.

Las características del país les agregan a estos episodios unos agravantes. El ingreso de los colombianos no solamente es reducido sino que se distribuye mal. Lo cual hace muy difícil primero ahorrar y enseguida encontrar en qué invertir esos fondos, cómo hacerlo y cómo administrar la inversión. 

No es fácil ganarse un peso. Tampoco desprenderse de él para que otro se encargue de colocarlo bien y hacerle ganar unos cuantos centavos. Se necesita una alta dosis de confianza, proporcional al trabajo de conseguirlo. Y cuando, después de años de esfuerzos, se encontró el camino para canalizar  ahorros mediante la asociación de capitales y se conquistó un alto grado de confianza en el mercado de valores, un episodio como éste pone a dudar al colombiano común y corriente  sobre la conveniencia de volverse inversionista.

Por eso se requiere una solución muy rápida para que se vuelva a confiar plenamente, la seriedad de los intermediarios esté más que probada y el pequeño inversionista tenga  la seguridad de que gana o pierde dependiendo sólo de las condiciones objetivas del mercado y de los resultados propios del tipo de inversión que escoja, y no de factores especulativos a los cuales es completamente ajeno.

Esta pronta  reparación de la confianza beneficia a la comunidad entera y no sólo a quienes se mueven alrededor del mercado de valores, mantiene limpio un canal para estimular el ahorro de personas y familias, reabre una fuente de recursos para las empresas, democratiza la propiedad y amplía la base vinculada directamente al sector productivo.

Por supuesto, esta operación de salvamento de la confianza pública cuesta mucho. Pero es aún más costoso no hacerla.