Si algo ha venido quedando claro en estos días de paro, marchas, violencia y desacuerdo, es que nos sigue quedando muy difícil como sociedad diferenciar los problemas estructurales a los de gobierno. De ese modo, no es de extrañar que si el diagnóstico está desenfocado, igualmente lo estarán sus soluciones.
El Gobierno ha comunicado mal, pero ha actuado bien. Frente a la coyuntura, en términos generales, ha acertado, aun cuando debió haber sido más rápido, contundente y arriesgado en la toma de sus decisiones. Total, la coyuntura lleva su ritmo. Pero ¿y de los temas de fondo?
Desde enero de 2018 el Instituto de Ciencia Política, la Corporación Pensamiento Siglo XXI y la Fundación Nueva Democracia aventuraron un diagnóstico que tristemente los hechos han venido confirmando con pasmosa exactitud.
El país cuenta, dicen, con 3 problemas de colosal tamaño y relativamente novedosos, a saber: (i) una nación profundamente dividida por no contar con un propósito común; (ii) un discurso y una narrativa comunitaria antisistema muy empoderada que hace un llamado constante a la resistencia civil, a la democracia plebiscitaria y a la desobediencia; y (iii) un Estado endémico que no cuenta con los recursos suficientes para responder por las necesidades de la gente y por las promesas formuladas.
Por eso no son de extrañar las protestas constantes desde el primer día de gobierno, en últimas, así se nos lo advirtieron y así está ocurriendo. Quienes marchan, además, son los acreedores sociales que vienen por su prenda ante un Estado prometedor y mentiroso que no tiene con que pagarles. Y, como si fuera poco, los grandes problemas, como la novedosa y vasta inmigración o, los problemas graves de los fundamentales macroeconómicos o, la ley de tierras y víctimas y las decenas de diálogos sociales que acusan recursos por más de 260 billones de pesos, hacen del diálogo un imposible ontológico.
Por ello mismo se arenga un cambio de modelo económico, una nueva lucha de clases al mejor estilo comunista, un visceral odio contra el sector productivo, un desdeño total por la libertad personal, la iniciativa privada, la libre empresa y la competencia. Se escuchan gritos de reforma estructural como la soberanía de nuestros indígenas o el problema ancestral de tierras sumado a una reforma estructural o de fondo en materia pensional, educativa, política, judicial, ambiental y de salud etc…
Y, a pesar de todo ello, los opinadores nos limitamos a analizar qué debemos hacer con el Esmad, como calificamos a los ministros, cómo debería responder el señor Presidente y si los políticos están dando la talla.
Urge una visión de país coherente, seria y postmoderna.
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI.
@rpombocajiao