La corrupción no debe sorprender a nadie. Creció en silencio hace décadas, enriqueciendo centenares de personas ubicadas en puntos estratégicos de Estado, Gobierno y sector privado.
Floreció en actividades de grandes decisiones y flujo de dinero. Se infiltró sobre el tamiz más fino, para obtener resultados de buena textura, en bolsillos, carteras y cuentas bancarias, gracias a sobornos monetarios y favores con la velocidad del rayo.
En la década de los 70 había telefonazo millonario, sin chuzadas ni grabaciones. Un funcionario de sector financiero, confirmaba la expedición de una resolución sobre tasas de interés, o títulos de ahorro que regirían al día siguiente en el sistema financiero.
Quien informaba en secreto a los banqueros, ganaba su plata.
La mayoría de ministerios tenían sus respectivos institutos descentralizados, junto a las no muy bien recordadas corporaciones de desarrollo, creadas en esa época. Muchas se desintegraron detrás de la puerta, casi a escondidas.
Los corruptos, -pasaron de agache- alrededor de dineros manipulados en menor cantidad, que los registrados hoy; pero fueron efectivos y productivos, entre el corrupto y el sobornado. Sin la tecnología actual, todo se cambiaba a “golpe de maquina Olivetti.”
Así por el estilo, la corrupción construyó su propia historia, con un escenario vivo, creativo y silencioso.
Uno de los primeros destapes fue el cierre e intervención, por malos manejos en Banco Nacional y Banco del Estado, constituidos como privados, pero con nombre oficial confundían. Fue el primer escándalo económico por auto-préstamos en 1982 y 83.
No se hizo justicia ejemplar en ésa época; muchos volaron al exterior. En el presente siglo, con todo y fallas, existe al menos, la Fiscalía General de la Nación, actuando como árbitro central de lo ocurrido.
Al margen del debate electoral, no hay razones para descartar una Reforma Institucional y Judicial, de manera independiente del origen partidista de quien la proponga.
La Corte Suprema de Justicia, afirma que, “la corrupción no es institucional, sino de las personas”. ¡Sorprende la observación! porque las personas hacen las instituciones; Un solo delito grave, desprestigia un organismo estatal o particular.
El momento impone cambios en veedurías jurídicas, con vuelco en contratación estatal, con nacionales y extranjeros y, exigencias a auditores y contadores públicos, que parece que nunca han visto nada.
La campaña electoral que viene no debe ser obstáculo para hacer lo que no se hizo durante años, por descuido, corrupción o complicidad.
El destape de lo corrupto, debe limpiar el país, en lo estatal y privado.