Difícil resulta argumentar que la economía colombiana lidere la tasa de crecimiento en América Latina y mientras tanto las cifras de empleo, de matrículas en las universidades, de informalidad, no sólo laboral, no tengan la misma dirección, aunque se observe una clase media dinámica y ampliada y mejores resultados en la reducción de la pobreza.
Para dar una explicación, más que coyuntural, habría que profundizar en una visión estructural y vale la pena entrar en discusiones -que nos gustan a los economistas- como es pormenorizar si crecer es o no igual a tener mayor desarrollo económico. Es decir, entrar en la polémica de crecimiento y desarrollo.
Distintas instancias como el Banco Mundial, la OCDE, el Foro Económico Mundial y la ONU han creado diversas medidas, índices y rankings de desarrollo, que muchas veces alinean el desarrollo con acceder a una mejor calidad de vida. Hoy, de todas maneras, el ingreso de las personas y las familias o la riqueza monetaria es un ingrediente más no el único para pensar que una nación está en progreso.
En gran medida estos índices han absorbido la definición de desarrollo de Amartya Sen, el nobel indio, ampliada por muchos otros, como Martha Nussbaum, la filósofa americana, que traspasan una concepción de desarrollo que se basa solamente en “tener plata” y da la razón al término popular en el sentido que necesariamente “no es más rico el que más tiene” para llegar a entender que hago parte de un mundo más desarrollado si: uno, tengo las libertades y dos, las opciones para desarrollar mis propias capacidades. Y no es coincidencia que se entre paréntesis coincida con la mentalidad milenial.
En este sentido, Amartya Sen concibe el desarrollo como un proceso cuyo objeto es alcanzar cada vez más personas con la libertad para hacer sus “libres” elecciones y labrar su propio destino, lo cual implica crear los escenarios para que puedan desarrollar todas sus capacidades y superar los obstáculos que impiden el ejercicio de una libertad plena, como son, principalmente: la pobreza, la escasez de oportunidades, los recursos que se come la corrupción y la ausencia de acceso a educación y salud. Se habla entonces no sólo de pleno empleo si no de libertad plena.
Así mismo lo ha dicho la OCDE en sus Estudios Económicos para Colombia (2019): “Continuar con las mejoras en los niveles de vida y alcanzar un crecimiento más equilibrado e inclusivo dependerá de las reformas estructurales que se apliquen para fomentar el crecimiento de la productividad y mejorar los marcos de creación de empresas y empleo”. Coincidencias que tiene con el Foro Económico Mundial (WEF) que mide con detalle estos parámetros en el Índice de Crecimiento y Desarrollo Inclusivo. (IDI).
Una propuesta en este orden de ideas es establecer una especie de semáforo con el cual se puedan establecer las alertas de quienes si bien han pasado los umbrales de la pobreza o hacen parte de la clase media y aún alta, pero que por determinadas circunstancias, como el desempleo o los riesgos de su actividad económica pueden llegar a perder sus libertades, caer en pobreza o perder acceso a las oportunidades, que los defino como vulnerables ocultos.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI