No es un secreto, ni mucho menos, el volumen de delincuentes que hoy por hoy azotan las principales ciudades del país, seguramente la pandemia que por protocolos de control encerró a muchas personas, generó pérdidas de oportunidades laborales en varios sectores, forzando a ciertos ciudadanos al rebusque, situación difícil de sortear y muy propensa al delito.
En esos grupos víctimas de la pandemia y huérfanos de posibilidades laborales se encuentran los migrantes venezolanos, que por estas calendas y dada la situación de su país, han buscado refugio en Colombia, donde indudablemente son bienvenidos no obstante la crisis económica mundial, de la cual no somos ajenos. Ese escenario que ubica los migrantes en la mira y prevención de nacionales, corriendo el riesgo de caer en una estigmatización, inmerecida, la cual debemos combatir evitando generalizar conductas reservadas a organizaciones delictivas, compuestas por antisociales tanto colombianos como venezolanos.
Ahora seamos claros, porque los medios de comunicación dan cuenta de organizaciones criminales formadas en su mayoría por ciudadanos venezolanos, que atentan contra la integridad y bienes de personas a las que atacan con violencia y sevicia, tornándose en temibles bandas delictivas que pretenden abrirse oportunidades en nuestro país, con demostraciones de fuerza en el ámbito delictivo doméstico. Inclusive parece que ya tiene nombre para identificarse, algo que causa curiosidad, porque no es tarea fácil sorprender e invadir territorios ajenos dominados por organizaciones delictivas criollas, de manera que sin estudios profundos de inteligencia se puede deducir que estos ciudadanos venidos de la República de Venezuela, necesitados de oportunidades económicas, se convirtieron en recurso humano fácil y cómodo para clanes criminales que operan inveteradamente en el país, dirigidos por las grandes mafias enquistadas en nuestro territorio, la mayoría compuestas por naturales colombianos pero reforzadas con antisociales internacionales. La violencia descrita por los medios está sustentada en la necesidad que tienen los extranjeros de permanecer al servicio de estos redomados delincuentes.
No podemos llamarnos a engaño, sabemos la capacidad de operación que tienen las organizaciones en Colombia, sus técnicas que no cambian y se asemejan a las utilizadas por estas nuevas estructuras y la experiencia adquirida en la lucha contra las oficinas de cobro confirma sus vínculos.
Lo más preocupante es que estos grupos delictivos venezolanos, con el tiempo, se finquen en nuestro terruño, adquieran experticia, conocimiento del medio y quedemos cautivos de otro enfrentamiento cruento y sangriento; es decir, que los amigos de hoy se conviertan en enemigos del mañana y debamos asistir a otra refriega inmerecida. Sabemos que las autoridades no son ajenas a esta situación, y seguramente ya están acuñado estrategias para evitar el escalamiento del momento. Los ciudadanos debemos entender el conflicto y respaldar a las autoridades así como frenar la dualidad y confusión que existe en el perfil de los migrantes, pues las facciones colombo venezolanas existen.