Hace un año murió Enrique Gómez Hurtado. Difícil asumir el compromiso de recordar al ausente. Avivar la memoria de un gran colombiano, rescatar su ejemplo de vida o invocar recuerdos y sentimientos son fines válidos. No creo que él los considerara una lectura pertinente o buen uso de este espacio.
Tuvo la fortuna de compaginar virtudes en múltiples ámbitos de su vida. Hombre de acción y ejecutivo, alcanzó el éxito como empresario de las artes gráficas. Vendedor incansable. De servicios, de ideas, de candidatos y otros emprendimientos. No fue académico, pero logró una importante cultura. Aconsejó mucho, siempre motivando a la acción, aun sin todos los elementos suficientes para la seguridad o la certeza. Consciente de ello, no sufrió al reconocer el error y lo prefirió a la inacción. “La peor decisión es la ausencia de decisión”, pensaba.
La política marcó su vida, era su pasión. No una política de aspiraciones. Reconoció y aceptó el mayorazgo de su increíble hermano con entusiasmo y compromiso a lo largo de infinidad de campañas y luchas. Al término, ocupó su senatoria en 4 periodos con mucho compromiso y seriedad. Propositivo y humilde ante las complejidades del consenso democrático, mantuvo el faro de la moralidad en grandes debates (Escrucería, Pérez García, privatizaciones del sector eléctrico), batalló por grandes reformas como la regla fiscal y la ley de seguridad y buscó la altura en la política propia y la de sus copartidarios y aliados.
Esa política que murió añorando, la grande, debía someterse a las virtudes cardinales de su propio devenir.
El decoro, resultado de un estoicismo auténtico y tranquilo, persiguiendo una conducta modélica como figura pública y privada. La decencia en lo privado, los negocios y la política, una aspiración que motivó uno de sus mejores ensayos. Y la decisión como un reflejo del carácter y del compromiso con la acción, la transformación del presente y el bien común.
Nada temía más que un hombre o mujer que aspirara al liderazgo y que destacara por no tener compromisos, o peor, no querer tenerlos.
Nuestro presente político e institucional se ha poblado de quienes prometen su ausencia de compromisos. Claro, dirán algunos que ello es mejor que líderes comprometidos con el error, la corrupción o la ambición. Y es cierto. Pero nuestra democracia no puede depender de un liderazgo que prefiera la tibia seguridad de la inacción y la indecisión al fuego que tiempla en la decisión y el progreso.
Su discípulo en la cátedra Álvaro Gómez, Iván Duque, no valoró a mi padre en su dimensión decisoria y motriz. Las reflexiones sobre cultura colombiana no daban ese espacio. Nuestro Presidente ha aprendido, después de algún tropiezo, la trascendencia del decoro y nos consta su decencia. En estas horas aciagas, necesita de un compromiso profundo con la decisión y la acción para ratificar el concepto de una República unitaria y vencer a los ignaros pontífices del aislamiento perpetuo. ¡Que falta hace la voz decisoria de Enrique Gómez!