En Colombia se ha vuelto lugar común decir que el país está polarizado porque la gente discrepa entre sí sobre diversos temas, pero en especial sobre el acuerdo con las Farc. A quien está de acuerdo se le llama amigo de la paz y al que no, enemigo.
La democracia consiste, precisamente, en que la gente discrepe y triunfen en las elecciones unas ideas, en tanto que los derrotados hacen oposición. Por supuesto, incluye el juego de pesos y contrapesos entre las diversas ramas del poder, cada cual con sus áreas reservadas en las que no deben interferir las demás. Esta es, por supuesto una visión simplista porque es mucho más que eso: es un sistema de manejo del Estado desarrollado sobre la base de la independencia de los poderes y sobre la existencia de un gobierno y una oposición que busca convertirse en alternativa de poder. Hay, por ende, choque de ideas. La “polarización”, sin embargo, tal como la usan los medios y los políticos, es una palabra despectiva que tacha a los enemigos ideológicos.
Desde que Alexis de Tocqueville escribió el clásico libro De la democracia en América, un análisis sobre sobre la democracia representativa en los Estados Unidos, se ha considerado a ese país el modelo de las democracias o, al menos, el más estable con una Constitución que originalmente tuvo solamente siete artículos a los que se añadieron luego 27 enmiendas (comparar con la nuestra). Allí existe siempre una “polarización” muy grande entre demócratas y republicanos, exacerbada ahora durante la administración Trump, quien puede poner en peligro la decencia en el debate. Pero allá lo consideran el libre juego de la democracia.
Ahora, cuando aquí nos aproximamos a las elecciones parlamentarias y presidenciales, es natural que se agudicen las diferencias. Pero el problema está en que se ha perdido la decencia, la educación, la honestidad y la misma debida justicia en el trato con el opositor. Las llamadas redes se prestan para que los ataques sean alevosos, mentirosos, calumniosos, soterrados y vulgares. Hay noticias falsas (fake news) y rumores que forman parte de esa estrategia. Hace un tiempo oí en la televisión una discusión entre dos senadoras y un senador en el que éste no dejaba hablar a las mujeres hasta que una de ellas le llamó la atención por sus malas maneras y falta de respeto. Porque eso era: falta de respeto con el contrincante. A ese mismo personaje lo oí luego en una entrevista con Vicky Dávila en la que, ante el asombro de la entrevistadora, tachaba de ladrón al hermano de uno de los candidatos de tal manera que el oyente creía que se refería al candidato, sin que éste pudiera defenderse. Eso es falta de decencia, entendida como “dignidad en los actos y en las palabras conforme al estado o calidad de las personas” (acepción 3 del DRAE).
Desde luego los columnistas de los medios no son ajenos a esa tendencia y ni hablar de los caricaturistas que le faltan al respeto a todo el mundo. De manera muy desagradable, por cierto.
El nuestro ha sido desde siempre un país violento. Los que aspiran a cargos públicos deberían pensar que ese comportamiento conlleva incitación a la violencia y al derramamiento de sangre. A quienes así se comportan, el pueblo los debería rechazar, porque si ganan van a crear zozobra e incrementar la violencia.
Deberíamos recuperar la decencia en la política pero para eso necesitamos candidatos decentes.