DANIEL ANDRÉS SALAMANCA | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Marzo de 2014

Ideas libertarias

 

Contrario a lo que creen muchos de los militantes y detractores del partido, ser conservador no se trata de actuar como Neandertal retardatario defensor del clientelismo que ofrece indulgencias celestiales o burocracia a cambio de votos, de las malinterpretaciones punitivistas de algunos sectores de la teología católica o que considera que hay una elite ilustrada que debe darnos la libertad y el orden, claro, de acuerdo con su concepción de ambos.

Es verdad que el Programa Conservador de 1849 defiende “la moral del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras” contra “la inmoralidad y las doctrinas corruptoras del materialismo y del ateísmo”. Pero asumir, por ejemplo, que eso equivale a que Jesús de Nazaret buscara que los homosexuales fueran excluidos sistemáticamente de la sociedad, resulta absurdo.

¿Acaso no nos ordenó amarnos los unos a los otros como Él nos había amado? ¿No compartió la mesa con prostitutas y ladrones para enseñarles sobre el amor de Dios? El mismo Papa Francisco es consciente de que, ante los desafíos de nuestro presente, la Iglesia no debe suministrar a las nuevas generaciones una vacuna contra la fe, sino evangelizar sobre las formas de comunicar los valores, a través de los cuales ésta se transmite.

El conservatismo del programa de 1849 es en esencia libertario. Cree en el orden constitucional contra la dictadura; la legalidad contra las vías de hecho; la libertad racional -en todas sus acepciones- contra la opresión y el despotismo monárquico, militar, demagógico o literario; la igualdad legal contra cualquier privilegio; la tolerancia real y efectiva contra el exclusivismo y la persecución, sea del católico contra el protestante y el deísta, o del ateísta contra el jesuita y el fraile; la protección de la propiedad privada contra el robo y la usurpación; la seguridad contra la arbitrariedad. El programa también señala que un verdadero conservador siempre condena todo acto contra tales postulados, sea quien fuere el que lo haya cometido.

Muchos olvidan que estas ideas se corresponden con tres postulados fundamentales que inspiraban a los revolucionarios de los siglos XVIII y XIX: (i) limitar y regular el poder del gobernante (el Estado), (ii) lograr la prosperidad económica de las antiguas colonias subyugadas por impuestos absurdos y (iii) la materialización de un catálogo de derechos y libertades públicas, entre las que destacan la igualdad ante la ley, la seguridad de los ciudadanos y la protección de la propiedad privada.

La legalización unilateral y regulación de las drogas, la concepción del casamiento o matrimonio como un contrato, independientemente del género de los contratantes y la defensa incólume del libre mercado, son expresiones del programa de 1849, si éste se entiende como una defensa de la libertad.