La situación fiscal del país es aparentemente buena, pero rodeada de cumulus nimbus. El año pasado se cumplió con la meta de la regla fiscal. La inflación está bajo control. Y el crecimiento económico, mal que bien, es uno de los mejores de la región.
Pero ¿cuáles son los cumulos nimbus que empiezan a otearse en el horizonte? Y ¿qué tan graves son?
En primer lugar, empieza a sombrear el interrogante sobre si se va a poder seguir cumpliendo con la meta de la regla fiscal. En el 2019 se alcanzó a cumplir primordialmente por los abultados dividendos que el gobierno recibió de Ecopetrol y del Banco de la República. ¿Se van a repetir estos dividendos- o al menos en esa magnitud- en la vigencia fiscal en curso? Tal es la pregunta que muchísimos observadores se plantean. Incluidas las agencias calificadoras internacionales.
Concomitantemente con estas preguntas ya el propio gobierno ha empezado a deslizar la posibilidad de que sea cambiada la metodología como se calcula la regla fiscal. Esto nunca lo había dicho el gobierno en público. ¿Será para hacerla más laxa? ¿Será para poder acomodar más gasto público sin vulnerar los postulados de la regla fiscal? Ya lo veremos cuando se presenten en blanco y negro las ideas de reforma.
Las presiones de gasto público que se observan por el momento son inmensas. Baste con mencionar, entre muchas, lo que está sucediendo en el sector salud. La ley de punto final que fue tan cacareada no parece haber dado los resultados esperados. Se estima que los pasivos impagados de las EPS para con las prestadoras de salud (clínicas, hospitales) continúan altísimos: 4,2 billones. Y no hay claridad de dónde van a salir este dinero.
A esta olla de presión que es el gasto público, habría que agregarle lo que pueda resultar de la conflictividad social que está en marcha. La ronda de las conversaciones sigue adelante y ya se han recogido cerca de 20.000 peticiones de todos los estamentos. ¿Cuáles van a ser atendidas y cuánto costaran? ¿O todas simplemente se archivarán?
Están por otro lado las 140 solicitudes del llamado “comité de paro”, que son las más costosas. Este comité ha convocado, recuérdese, para un nuevo paro nacional el 25 de marzo. Cualquier desfallecimiento del Gobierno en este frente (o sea, cualquier flojera) puede tener repercusiones fatales en el cumplimiento de las metas fiscales. El pulso entre conflictividad social y firmeza fiscal es quizás uno de los interrogantes mayores en este semestre.
El gobierno está recurriendo a todo tipo de maromas para mantener las cosas en orden. ¿Hasta cuándo podrá mantener ese equilibrio? Un ejemplo: para financiar la improvisada iniciativa de devolverle el IVA a los sectores más desvalidos se recurrió al extraño expediente de echar mano en el 2020 de la partida de “contingentes”, que figura en el presupuesto nacional para atender eventos extraordinarios, no previstos: un terremoto, un nuevo nevado del Ruiz, etc.
El presupuesto de la vigencia 2020 quedó así sin provisiones para hacerle frente a acontecimientos inesperados. Y los recursos de esta partida se llevaron a financiar algo que ciertamente no es un evento “contingente” sino el cumplimiento de una disposición legal: la devolución del IVA a los estratos más pobres que ordenó la última reforma tributaria.
Por el momento siguen los florilegios verbales. El propio ministro de Hacienda dice que ya no somos un país pobre y que necesitamos cobrar más impuestos. Otro tanto dijo esta semana la misión del Fondo Monetario Internacional. Técnicamente esta sorprendente premisa es cierta: como proporción del PIB somos uno de los países con niveles de recaudación tributaria más baja de la región. Y el nivel de recaudos no alcanza para atender los inmensos y crecientes requerimientos de gasto público.
Pero el sentido común impone una pregunta: ¿qué lógica tiene que el ministro de Hacienda salga ahora con esta idea (que se necesita una mayor presión tributaria), cuando hace escasos tres meses lideró una reforma cuya meta era precisamente lo contrario: bajar los impuestos y aumentar las exenciones?
Otro cumulus nimbus que aparece en el horizonte es si el Gobierno, con la conflictividad social que está estallando por todos lados y con su gobernabilidad política aún no recuperada a pesar de los recientes cambios de ministros, va a ser capaz de tramitar con éxito una reforma pensional y otra laboral, cuyos textos ni siquiera tiene listos.
Por el momento lo único que ha dicho es que llevará estos dos complejos temas al comité de concertación tripartito (sindicatos, empresarios y gobierno) que usualmente se ocupa de acordar el salario mínimo anual. ¿Habrá tiempo suficiente para tramitar estas dos inmensas reformas en ésta legislatura? ¿Es ese comité el foro idóneo para concertar asuntos de tal alto calado?
Otro cumulo nimbus es el de hasta qué punto se podrán seguir reconociendo y pagando pasivos con TES. Ya la relación deuda pública/PIB supera el 50%. ¿Hasta cuándo se podrá seguir con este cómodo expediente de pagar viejas culebras con nuevos vales? Todo tiene su límite.
Y así lo ha puesto en evidencia el técnico Marc Hofstetter al renunciar al staff de la regla fiscal, al anotar que la práctica de cancelar deudas con TES ha desnaturalizado totalmente el cálculo y sentido del déficit fiscal. Y por lo tanto de la regla fiscal.
En síntesis: nos estamos moviendo en un viaje fiscal cuyos radares otean delicados cumulus nimbus. Se necesitará que tanto el piloto como su tripulación estén muy atentos a esquivarlos. Para evitar que nos llevemos una desagradable sorpresa.