En columnas pasadas habíamos tenido oportunidad de hablar sobre las fronteras y el tipo de relaciones que se viven en ellas, haciendo énfasis en lo sensible que es el entendimiento entre vecinos, recordando que en esos sectores la línea divisoria se hace imperceptible por la cercanía y familiaridad entre los naturales de cada país, hasta el punto que la misma nacionalidad se torna confusa, documentos de identidad fluyen para los residentes fronterizos y no es extraño encontrar familias compuestas por miembros de distinta nacionalidad por lo que es normal que se tengan cedulas de los dos países. La problemática fronteriza es exclusiva, como excepcional es la interpretación de la ley, pues para esas colectividades el significado de algunos comportamientos, aun reconocidos como delictivos, son vistos y justificados con cierta laxitud.
Ante el cierre fronterizo con Colombia, decretado por el gobierno venezolano hace aproximadamente un año, esta relaciones familiares, sociales, comerciales, y demás se fisuraron, dejando un sabor amargo entre los hermanos, colombo- venezolanos que no entienden ni comparten la desproporcionada media, que en cambio si perjudica considerablemente la economía de las fronteras. Si de controlar el contrabando se trata, la disposición es superflua, pues este tipo de delincuentes saben generar espacios a lo largo de la frontera, evadiendo controles, abriendo trochas, diseñando caminos, e inaugurando pasos inesperados por localidades fronterizas distantes y corrompiendo autoridades.
Pero bueno, el tiempo ha pasado y se esgrime la posibilidad de reabrir las fronteras, información no confirmada pero alentadora para todos. Sin embargo sería prudente y hacia ese punto va esta columna, que las autoridades colombianas en esos sectores fronterizos vayan tomando medidas para enfrentar lo que podíamos llamar el posabrir fronterizo. Me apoyo en la realidad vivida a comienzos de junio, cuando un gran número de damas venezolanas cruzaron la frontera para llegar a Cúcuta en busca de alimentos; este escenario nos da una idea de lo grave que se puede tornar la situación en las ciudades cercanas a las fronteras y las autoridades no pueden dejarse sorprender. La exigencia es grande y sin planes ni estrategias para orientar y proteger los visitantes es posible que tengamos un caos.
La responsabilidad es de todos y las fuerzas vivas de las regiones se deben preparar porque tarde o temprano la frontera se abrirá y los compradores llegarán. No podemos permitir abusos de parte nuestra, urge que el comercio sea controlado y orientado por la policía, exigiendo mesura entre nuestros compatriotas, y no podemos admitir desmanes ni desorden de parte vecina. La cordura, atención y las buenas costumbres deben brillar. Sería recomendable que los comandos de policía diseñarán planes y programas tendientes a cubrir los diferentes temas, instruyendo su personal para mostrar profesionalismo y responsabilidad en este tipo de eventualidades.