El profesor Jorge Giraldo en su libro “Populistas a la colombiana”, afirma que el populismo no es una ideología sino una forma de hacer política. Una de las características de esa forma de actuar en lo público, es el hecho de hacer propuestas para ganarse el aplauso momentáneo de los ciudadanos. No importan su factibilidad o sus consecuencias.
En Colombia, este tipo de propuestas son comunes, espacialmente en el Congreso de la República, las Asambleas departamentales y los Concejos municipales. La opinión de expertos es escuchada con escasez en estos espacios y termina primando el peligroso cálculo electoral.
La crisis mundial que enfrentamos hoy producida por las decisiones de los gobernantes para enfrentar la pandemia, sumado al descontento de la ciudadanía con su clase política, las redes sociales y el abandono de la rigurosidad de los medios de comunicación, son la suma perfecta de factores para el populismo. Los políticos de todos los partidos e ideologías parecen participar en un concurso por quien hace la propuesta más utópica o inconveniente.
Los partidos que algunos llaman de “izquierda” proponen, por ejemplo, una renta básica, de un salario mínimo para 36 millones de colombianos. Esta propuesta le costaría al Estado $425 billones, el presupuesto general de la nación es de $314 billones para 2021, es decir tendríamos que parar todas las actividades del Estado y quedaríamos todavía debiendo. Quienes la proponen conocen estos números, pero su interés no es el bienestar de los colombianos, son los votos.
Pero el populismo no es exclusivo de los partidos que se autodenominan de “izquierda”, también aparecen en los que llaman de “derecha”. Hace dos semanas se aprobó en segundo debate el proyecto que busca reducir la jornada laboral de 48 horas a 40 horas semanales. A diferencia del de la renta básica, en condiciones de crecimiento económico por encima del 5%, de desempleo de un digito, informalidad del 5% y alta productividad, una propuesta como esta fuera “racional” y podría ser descartada como populista. Pero en medio de la peor crisis económica en décadas, con el 15% de los colombianos desempleados, más del 50% en la informalidad, y productividad negativa, es un baldado de agua fría para los valientes empresarios que sobrevivieron a la crisis, pero seguramente atrae algunos votos de los trabajadores.
Uno de los mayores intelectuales de este siglo, Thomas Sowell, estableció tres preguntas básicas que debemos hacerle a cualquier propuesta: 1. ¿Comparado con qué? 2. ¿A qué costo? 3. ¿Qué evidencia solida hay?
Hagamos estas tres preguntas a todas las propuestas que vendrán en los próximos meses. Si no tiene respuesta, o peor, si las respuestas son solo políticas, tenemos el deber moral de rechazarlas y advertir su peligro públicamente.
Winston Churchill decía que no se pude desperdiciar una buena crisis. Hoy Colombia tiene la oportunidad de hacer las reformas laborales, tributarias y sociales para convertirse en un país exitoso. Para esto tendremos que escuchar más a los expertos y menos a los políticos.