Conocidas sendas encuestas de opinión queda claro que, a 100 días de su posesión, solo una tercera parte de los consultados aprueban la gestión del Presidente Duque. Pero al escuchar las extensas entrevistas que concedió Duque a distintas emisoras surge la duda sobre si dicha desaprobación proviene de la realidad.
No obstante, después escuchar y leer distintos análisis sobre el tema, se puede concluir que subyacente a la percepción de la gente encuestada, gravita el déficit de criterio gubernativo del presidente unido a la percepción de debilidad política y a la pérdida de confianza en su palabra.
Un suficiente criterio gubernativo, se refleja entre otras, en acciones como liderar reuniones de gabinete ágiles, fijando las prioridades para el empleo del tiempo de acuerdo con un norte previamente trazado (meta y objetivos), y el cálculo de la oportunidad política con que se comunican las principales decisiones, acompañado del análisis del posible impacto sobre la opinión, pues esto afecta la gobernabilidad.
Sobre el empleo del tiempo cabe preguntar si los talleres “Construyendo País”, donde con frecuencia se acaparan funciones de gobernadores y alcaldes, justifican el tiempo empleado y los temas tratados, pues la cercanía y aceptación pretendida no se reflejó en las encuestas. Distinta hubiera sido la manera como se recibió la “reforma tributaria”, si antes de publicitarla, Duque, desde alguno de los talleres, le explica al país que aquel slogan de campaña “menos impuestos, más salarios” no se iba a poder cumplir por unas razones creíbles. Al no hacerlo sembró desconfianza en su palabra. De aquí la astucia de Uribe, quien al mismo tiempo en que rechazaba el IVA, “sacó del cubilete” propuestas respecto al salario. También hubiese sido distinta la reacción de la gente si antes de empezar a publicitar la tributaria, se emite un decreto de austera regulación del gasto público dando una explicación sencilla pero contundente sobre el ahorro que representaría para el fisco.
Pero no, primero se publicitó la tributaria enfatizando la necesidad de extender el IVA a productos de la canasta familiar, sin mencionar para nada el citado slogan de campaña, y luego se emitió el decreto de austeridad que se percibió improvisado. Y para completar, la explicación sencilla y contundente no se dio. ¿Se evidenció que los subsidios siguen siendo tales y no dineros asistencialistas? ¿Tiene la ciudadanía suficiente información sobre como se gastan los dineros públicos en lo social? No es de extrañar entonces que ante la pregunta de Invamer de si se estaba de acuerdo con aumentar el IVA para “financiar programas sociales”, el 80% haya respondido con un no rotundo.
Y la percepción de debilidad política proviene de no ver al Presidente marcando el paso de la agenda legislativa. El considerar que, en toda interacción con congresistas, incluyendo la formación de una coalición, debe estar presente “la mermelada”, ha sido una generalización que está pasando su cuenta de cobro. Pueda ser que no se cumpla aquello de que “lo que mal empieza, mal acaba”