Sucedió a fines del siglo pasado. Un compañero de labores, para más señas tocayo, se recostó temprano en su silla, extendió los brazos -como para medirle distancias a un sonoro bostezo, años antes de la pandemia- y sentenció: “lunes 10 de marzo, 8 am, ya se fue este año y no se hizo nada, hijue…” , remató con un solemne madrazo, con tan mala fortuna que en ese preciso instante entraba el gerente Rubén Darío, cosa que nunca hacía a servicios generales, y al punto le increpó: “Se ve que tiene muchas ganas de trabajar este año, doctor Navia” y el aludido casi se cae de la silla y justo a los tres años le pasaron la carta.
Y algo me ocurrió en el Mundial de Italia 90, en el partido inicial cuando vencíamos a Emiratos Árabes y fui con mi jefe de impuestos distritales, Martha Rojas, a pasar revista por las oficinas y nos topamos con un nutrido grupo de funcionarios viendo el partido en un TV de bolsillo que se levantaron y al punto exclamó ella: “!Señores, después de ésto qué sigue, ah!” y el más veterano y valiente de los inspectores de impuestos se levantó de su silla, le hizo una venia y le respondió: “doctora, sigue el Noticiero”. Y estábamos en época fiera, cuando mataban candidatos presidenciales, Escobar tenía arrodillado al país a punta de bombas y el narcotráfico era la ley.
Pero lo del doctor Navia fue premonitorio, porque casi un cuarto de siglo después, por las mismas calendas de marzo, se decretó el confinamiento por la peor pandemia que hemos debido sufrir quienes aún pertenecemos a este mundo y todos debemos recitar en coro: “se perdió el año… (madrazo)”, porque todo iba bien y este año fue fatal. La economía colombiana perdió 20 años en uno solo y para acabar de ajustar, al mejor presidente que ha tenido este país, Álvaro Uribe, de quien un Santos candidato dijo que era el “Segundo Libertador de Colombia”, lo metieron a la cárcel por “intento de sospecha”.
Son episodios aislados que coinciden en algo: su gravedad y persistencia. Va a tocar aprender a convivir con el narcotráfico y con el Covid-19, que por estos días siguen trepando hasta llegar al pico, para después quedarse en la alta montaña, porque nada nos asegura que bajarán. Estamos desarmados, sin vacuna contra la coca (no dejan asperjar, el Acuerdo Farc-Santos nos legó un área cultivada de 200 mil hectáreas), y el anti-covid viene en un barco cargado de… incertidumbre, por mares ignotos, turbulentos y plagados de dragones chinos.
Post-it. No vi la telenovela de mi general Naranjo, porque todavía estoy bravo con él; fuimos compañeros en la facultad de Comunicación Social de la Javeriana, en el primer semestre del año 76 y años después, cuando me vio entrar a un centro comercial en Pereira, automáticamente se volteó -seguramente para no tener que saludar a quien no estuviera a su altura (medía casi dos metros) y siguió ahí, muy orondo y circunspecto, conversando quién sabe qué cosas, con el Mayor Sigilo.