En Roma, durante el reciente encuentro sobre la protección de menores convocado por el Papa Francisco, el Cardenal colombiano y presidente del Celam, Rubén Salazar, descendió con discernimiento, inteligencia y valor a las zonas más oscuras, adoloridas y avergonzadas de la Iglesia Católica.
Su intervención contenía una carga de profundidad llamada verdad. Descorrió los velos del encubrimiento. Con valor y humildad llamó por su nombre los pecados cometidos en el seno de la Iglesia, en esta materia. Reconoció que "el enemigo está adentro". Agradeció la presión de los medios de comunicación y a las víctimas sus denuncias. Arrojó luz sobre las raíces de la enfermedad, originada en el clericalismo y trazó una clara ruta de salida, que comienza con "la conversión de la iglesia".
El mea culpa institucional sobre el mal manejo dado en el pasado a las denuncias sobre sacerdotes pederastas, fue claro: "Muchas veces la Iglesia -en las personas de sus obispos- no supo y todavía, en ocasiones, no sabe comportarse como debe...Muchas veces se procede como los mercenarios que al ver venir el lobo huyen dejando desprotegido al rebaño. Y se huye de muchas maneras: tratando de negar la dimensión de las denuncias, no escuchando a las víctimas, ignorando el daño causado..., trasladando a los acusados a otros sitios, tratando de llegar a compromisos monetarios para comprar el silencio".
Para el Cardenal Salazar esta forma de actuar "nos lleva a poner por encima del testimonio de los afectados las justificaciones de los victimarios; a guardar un silencio que acalla el grito de dolor de los victimizados con tal de no enfrentar el ruido público....a llegar incluso a la mentira o a tergiversar los hechos para no confesar la horrible realidad que se presenta" pero "no hay ninguna justificación posible para no denunciar, para no desenmascarar, para no enfrentar con valor y contundencia cualquier abuso", aseguró.
Su profundo discernimiento dio muchas luces para aclarar la confusión que se presenta, no sólo en la Iglesia, sino en la sociedad en general, sobre la relación entre la justicia y la misericordia, a la hora de juzgar al victimario. "Nos ayudará distinguir siempre entre pecado sometido a la misericordia divina, crimen eclesial sometido a la legislación canónica y crimen civil sometido a la legislación civil correspondiente. Son campos que no se deben confundir y que, cuando se distinguen y separan convenientemente, nos permiten actuar con plena justicia. Hoy tenemos claro que cualquier negligencia de nuestra parte nos puede acarrear penas canónicas, incluso la remoción del ministerio, y penas civiles que pueden llegar hasta ser condenados a prisión por encubrimiento o complicidad".
Aboga el Cardenal porque el acusado sea escuchado, mediante la cercanía bondadosa del obispo, que debe propender por la recuperación del culpable, pero deja muy en claro "que los derechos de los victimarios -por ejemplo, a su buena fama, al ejercicio de su ministerio, a seguir llevando una vida normal al interior de la sociedad- no pueden nunca primar sobre los derechos de las víctimas, de los más débiles, de los más vulnerables".
Sin evasiones, sin justificaciones, con misericordia y la mirada puesta sobre los más débiles en la cadena del horror, el Cardenal Rubén Salazar propuso, como salida a la crisis, una ruta pedagógica maestra que resulta útil, no sólo para la Iglesia Católica.